Política

Tanto el ideario como la misión de la Universidad Intercontinental requieren de una serie de principios que, de manera general, orienten no sólo el quehacer universitario, sino las instancias y los mecanismos que posibilitan lo más concreto y cotidiano de dicho quehacer. Hablar de la política de la Universidad Intercontinental es proponer las intuiciones fundamentales por las que nuestra casa de estudios podrá ser fiel a sus propósitos; es sentar las referencias que habrá que considerar al formular nuestros reglamentos y organizar los diferentes sectores que nos constituyen.

I. Ofreciendo orientación académica al sector administrativo. Si comprendemos bajo este rubro tanto a los recursos físicos, económicos y organizacionales que conforman la infraestructura material de los procesos de enseñanza-aprendizaje, como al personal encargado de su suministro, conviene dejar asentado que, dada su relevancia para el desarrollo de la Universidad, ha de ser un sector integrado de tal manera que, sin arriesgar las condiciones mínimas de unas finanzas sustentables, tenga como prioridad el desarrollo de procesos culturales sin ponderarlos con criterios de rentabilidad o esperar de ellos ritmos, costos y resultados que corresponden a la industria o al comercio.

II. Definiendo el sector estudiantil. Puesto que en los estudiantes se concretiza nuestra aportación al devenir social, es necesario que desde la definición del perfil de ingreso hasta el de egreso se promueva un proceso por el que el alumno haga una opción cada vez más clara y comprometida con los valores del cristianismo y la justicia social; restar importancia a este aspecto del desarrollo personal de nuestros universitarios sería perder la identidad que como institución de educación superior nos distingue.

III. Definiendo el sector estudiantil. Puesto que en los estudiantes se concretiza nuestra aportación al devenir social, es necesario que desde la definición del perfil de ingreso hasta el de egreso se promueva un proceso por el que el alumno haga una opción cada vez más clara y comprometida con los valores del cristianismo y la justicia social; restar importancia a este aspecto del desarrollo personal de nuestros universitarios sería perder la identidad que como institución de educación superior nos distingue.

IV. Propiciando la búsqueda de la verdad y las soluciones científicas y éticas a los problemas que afecten a la sociedad en sus distintas dimensiones. Esta tarea puede abordarse de múltiples maneras: desde el trabajo silencioso del laboratorio, pasando por la propuesta técnica oportuna, hasta la discusión pública de los problemas y alternativas de solución; porque “si es necesario, la universidad católica deberá tener la valentía de expresar verdades incómodas, verdades que no halagan a la opinión pública, pero que son también necesarias para salvaguardar el bien auténtico de la sociedad”.

V. Manteniendo de forma permanente programas de educación continua, que permitan a sus propios docentes, a sus egresados y a los profesionales en general, actualizar sus conocimientos, en la ciencia, la técnica y el pensamiento, a fin de contrastarlos con las necesidades del bien común y con los principios cristianos.

VI. Promoviendo el diálogo con el mundo académico, cultural y científico que es su natural interlocutor, e incluso extendiéndolo al mundo político, financiero y comunitario, para discutir desde el punto de vista técnico y desde el punto de vista ético, los múltiples problemas que se producen en nuestras sociedades, teniendo siempre como objetivo el bien común y promoviendo la solidaridad y el respeto a la naturaleza y a todas las expresiones de la cultura.

VII. Facilitando el acceso de los jóvenes que terminan su enseñanza media superior a la Universidad, buscando la manera de hacer más accesible la educación universitaria a todos los que puedan beneficiarse de ella, especialmente a los pobres o a los miembros de grupos minoritarios, que tradicionalmente se han visto privados de ella. Esto puede lograrse mediante un bien organizado programa de becas, concedidas por la propia Universidad o mediante programas de Estado o de organismos no gubernamentales.

VIII. Entendiendo su tarea como formadora y no como instructora. Por lo cual es necesario lograr y mantener el convencimiento compartido por los docentes de que ésta es nuestra misión fundamental pues este aspecto, que debe reflejarse en los contenidos, los métodos, la organización de las prácticas profesionales, los temas de investigación, los programas de extensión, también debe vivirse en el testimonio de la acción diaria y en el quehacer mismo de la Universidad, la cual tiene de por sí una enorme fuerza formadora que debe imprimir su sello en nuestros graduados.

IX. Realizando talleres periódicos entre los docentes, investigadores, administrativos y directivos de la Universidad para discutir estas políticas y encontrar mecanismos que permitan a la Universidad mantener sin desmayo su tarea formadora.

X. Evaluando la demanda real que el mercado laboral exige de los profesionistas y exigirá en prospectiva a fin de realizar los ajustes necesarios en los currícula de formación que armonicen con el mundo exterior y con los avances tecnológicos y científicos que regularmente nos rebasan; así se cubrirá en gran medida el alto nivel académico competente para la sociedad contemporánea.

 

De este modo, las actividades académico-administrativas y financieras derivadas de estas políticas deben ser muy concretas a fin de conseguir los resultados deseados. Por ello, los planes y programas deben poseer objetivos precisos que tiendan a la contribución del desarrollo, lo cual implica el contacto estrecho y constante con los cambios y procesos que marcan el tipo del persona que la actualidad social y profesional requiere para promover el desarrollo de nuestra civilización.