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noviembre 14, 2017

Parecerá trivial, pero el uso de nuestro alfabeto en la vida diaria está presente como el aire que respiramos. Querámoslo o no, el alfabeto, la escritura, forma parte indisoluble de nuestra cotidianidad y, más aún, en la vida académica y estudiantil de nuestros alumnos; y más precisamente, en la de los estudiantes de Comunicación. Hoy por hoy, y sobre todo en su vida futura profesional, el alfabeto/escritura será (o deberá ser) piedra angular de su devenir personal y laboral.

Desde su invención, allá por los ya lejanos finales del IV milenio a. C., la escritura (y después el alfabeto, cuyos orígenes datan del antiguo Egipto) se ha estructurado como un sistema de símbolos que, antes que nada, se concibió con el fin de comunicar.

Asimismo, para poder ser útil socialmente, la escritura —con el alfabeto como vehículo y estructura— tuvo que concebirse como un convenio, un contrato social, un acuerdo “entre las partes”; o sea, entre sus usuarios inmersos en un clan, comunidad, burgo, ciudad o país.

Ese convenio tenía que plantearse con principios, acuerdos, reglas y normas que pudieran apropiarse cada uno de los individuos del grupo al que pertenecían. Fue así que surgió el alfabeto y sus reglas ortográficas que, desde entonces hasta nuestros días, deben cumplirse a cabalidad, al pie de la letra, tal y como las leyes de convivencia surgieron para regular la vida social del género humano. Esa regulación la tiene establecida, en nuestro caso, la Real Academia Española  (RAE) que, sobra decir, es así por razones históricas por todos conocidos. Estas reglas, la ortografía a secas, nos regula la escritura con el objeto de hacer la comunicación con nuestro entorno de forma clara y expedita y, sobre todo, efectiva, lógica y útil. Estamos hablando del idioma castellano u español, como oficialmente se le conoce en el ámbito mundial.

Los verbos, sustantivos y adjetivos; los adverbios de tiempo y modo; los artículos determinados e indeterminados; los tiempos y modos de conjugación; la paráfrasis, hipérboles y cacofonías; y, en fin, toda la gama de componentes que posibilitan la estructura sistemática de nuestra lengua, obedecen a un proceso histórico de conformación de nuestra lengua, la cual debe respetarse y usarse como lo dictan los cánones establecidos. Esto así, la Ortografía (sí, con mayúscula) es la médula espinal de dicha legislación discursiva que, como ya se apuntó líneas arriba, corre a cargo de la RAE.

Y también, como dictan los cánones, las reglas deben respetarse. Si bien el lenguaje está vivo y existe en función del uso y las costumbres de sus hablantes, y las palabras nuevas y su escritura se van incorporando a la vida cotidiana, la lengua y habla deben someterse al escrutinio y aval de la autoridad competente. El lector, por ejemplo, puede pasarse el semáforo en alto cuando maneja su vehículo, claro está, pero si lo hace estará cometiendo una infracción al reglamento de tránsito y —si la autoridad lo detecta— será sancionado. Con el buen uso del alfabeto ocurre lo mismo. Aquí no cabe esa famosa frase tan en boga en la década de los años setenta en el ámbito del diseño: “Las reglas se hicieron para romperse”.

En nuestro contexto particular, las nuevas generaciones de jóvenes (preparatorianos, estudiantes de licenciatura y doctorado y, la nueva y famosa generación “Y” o milenials) suelen desdeñar y minimizar el cabal cumplimiento de las reglas ortográficas en primer término y la redacción y el estilo, en un segundo momento, toda vez que las nuevas tecnologías posibilitan la autocorrección textual in situ; es decir, prácticamente en su mano con la maravilla de los dispositivos móviles de última generación. Por supuesto que es una gran alternativa, pero es incompleta y no siempre garantiza la pulcritud y limpieza en el texto.

Al alfabeto bien usado se le denomina ortografía, la cual, funge como la vestimenta del lenguaje. Cuando salimos de casa a la escuela o al trabajo, consciente o inconscientemente, hacemos un proceso de selección del atuendo que usaremos durante el día: la cuestión es vernos lo mejor posible y que lo utilizado sea práctico y útil. Tal ritual, sin duda, comunica. Así es la ortografía con respecto a la escritura. La danza del alfabeto empieza entonces su gran labor:

  • La ortografía es compañera indisoluble de la escritura; conocerla es fundamental para descifrar y desentrañar lo escrito.
  • La ortografía no es sólo un adorno; es fundamental para el desarrollo personal e intelectual de los individuos en sociedad. Es esencial como vehículo del conocimiento.
  • La ortografía debe ser imprescindible en el proceso educativo: “Se dice ‘leer’ no ‘ler’…” ¿Recuerdan?
  • La sociedad misma es la que “recompensa” y “castiga” el buen uso de la escritura: escribir bien genera una buena imagen personal, profesional y funcional; las fallas y errores en ella son sancionadas y repercuten, incluso, en la restricción promocional en el terreno académico y profesional.
  • Finalmente, la buena ortografía hace que nuestros mensajes lleguen a sus destinatarios de manera eficaz, eficiente y funcional, haciendo de la comunicación escrita un vehículo supremamente esencial en el progreso cultural de los pueblos.

Escribir bien no sólo es una obligación intelectual socialmente necesaria; es también y sobre todo, un deleite y un placer…un acto lúdico por excelencia.

AUTORA: Hilda Patricia Ramírez Vázquez, directora académica de la Licenciatura en Comunicación

 

* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional