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mayo 16, 2017

En México se vive un panorama difícil en el tema de la violencia. La agresión desmesurada afecta  a todos los sectores de la sociedad. ¿Qué pasa en los niños y jóvenes que violentan a otros individuos sin razón alguna?

Por Doris Soberanis|
Estudiante  del  Doctorado en Psicoanálisis

Niños homicidas, jóvenes que truncan su futuro por actos impulsivos, ya sea por autolesión, daño a los compañeros o destrucción de bienes materiales. No es extraño enterarse de este tipo de noticias en la televisión o la radio. Se trata de fenómenos que se dan fuera de casa, ya sea en la escuela o en el círculo social al que pertenecen. En este sentido, las redes sociales se han encargado de difundir y poner en evidencia dichos actos de violencia de los que nos convertimos en testigos.

Un claro ejemplo de violencia, agresión y destrucción es el de “Los Centinelas”, un grupo de jóvenes universitarios de la Ciudad de México que  se dedica a golpear a otros sin motivo aparente.

Nuevamente nos encontramos frente a síntomas sociales, a los que llamo así porque requieren de nuestra atención y ayuda; desafortunadamente, hasta que salen a la luz, nos preocupamos y vemos que algo malo ocurre, atendiendo la urgencia inmediatamente, brindando auxilio psicológico, realizando denuncias e invitando a las víctimas a reconocer a los agresores.

Sin embargo, la sociedad, que al principio muestra asombro y estar alerta por la noticia, poco a poco vuelve al estado de negación y “olvida” lo sucedido. De ahí el cuestionamiento, ¿qué teme encontrar la sociedad? Tal vez la realidad del sistema familiar, es decir, la desaparición del patriarcado, la inversión de roles que generan climas de  permisividad y, no menos importante, los medios de comunicación que tienden a ser desalentadores e invasivos. Es, justamente, la expresión desbordante del quebranto de arquetipos culturales tradicionales.

Pese a estas situaciones adversas, se observa que la familia es capaz de sobrevivir al cambio de las estructuras sociales, por lo que ahora es relevante reconocer, visualizar e intervenir en los cambios por los que ha transitado la sociedad, la cultura y  la familia, pilares fundamentales para la formación del psiquismo del ser humano. Empero, los “nuevos paradigmas socioculturales” han dado cabida a la decapitación de la autoridad, al desafío de los límites y al repudio al amor. Por ello, es pertinente analizar cómo los niños y jóvenes enfrentan dichos modelos asociados al tipo de vínculo, a los nuevos prototipos familiares y a la satisfacción inmediata de necesidades impulsivas.

Actualmente, estamos frente a jóvenes desesperanzados y abandonados, víctimas y esclavos del dolor psíquico, por lo que se encuentran en una constante lucha por defenderse de ese dolor / vacío mediante conductas agresivas y antisociales, siendo la única manera de cobrar venganza en el mundo exterior por la herida narcisista, llámese abandono, falta de cuidado, indiferencia o maltrato causada por los progenitores.

El psicoanalista Heinz Kohut señala que la rabia destructiva, en particular, siempre está motivada por una herida que sufre el sí mismo, destructividad que aparece como un rasgo caracterológico en la vinculación con el medio, de modo que, si deviene el dolor emocional o la frustración,  aparece la agresión mediante golpes, patadas, lenguaje verbal hiriente, entre otros, con la intención de descargar y destruir indiscriminadamente; es decir, “no importa que tú no me hayas frustrado, pero tengo que descargar mi rabia contra alguien de manera azarosa”.

Tales brotes son gritos de auxilio que piden desesperadamente atención y  rescate por la autoridad social, instancia que tiene el derecho de castigar, educar e imponer límites rígidos, ya que el sistema fraternal no brindó las respuestas empáticas y óptimas para el desarrollo emocional. Estos jóvenes y otros más son el producto y reflejo de las fallas en la crianza, con notorias carencias de amor, ternura, cuidado y reconocimiento por parte de los padres.

Cabe destacar que la relación con las figuras parentales y las funciones transmitidas por ellos sellarán el camino para el proceso de configuración de la identidad e identificación además la huella que dejarán para la formación de vínculos futuros.

Los actos sociales violentos abren brecha al cambio y a la prevención, dando oportunidad a los sistemas familiares de reestructurarse en cuanto a roles, funciones y límites, haciendo hincapié en que deben ser claros, firmes, congruentes y sin violencia.

Nos enferma no hablar y decir: “oye mamá, papá me están lastimando”.

* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional