Autor UIC

Escrito por: P. David Félix Uribe
Director del Instituto Intercontinental de Misionología
abril 7, 2020

La realidad de peligro para la salud a la que nos estamos enfrentando en nuestro país, por la pandemia del Covid-19 y el subsiguiente confinamiento decretado por las autoridades, nos ha obligado a no poder celebrar públicamente los actos litúrgicos de la Semana Santa.

Desde los mismos inicios de la Universidad Intercontinental, entre los programas académicos más antiguos están las licenciaturas de Filosofía y Teología. Muchos sacerdotes nos hemos preparado académicamente en las aulas de esta casa de estudios y muchos de los estudiantes hoy en día también son jóvenes religiosos y religiosas que están cursando sus estudios de Filosofía y Teología en nuestra institución.

En la escuela de Teología se reflexiona desde los datos de la revelación y con una actitud de análisis y síntesis se estudia el misterio de Cristo con la finalidad de una clarificación científica. El misterio de Cristo también se discurre desde su función kerigmática, evangelizadora y pastoral para profundizar el anuncio y el llamado a la fe. A la par que estudiamos este misterio, también se celebra por medio de la liturgia. Pero si llegara a faltar el estudio de la parte vivencial que sería la espiritualidad, correríamos el riesgo de quedarnos sólo a nivel de conocimientos profesionales de este misterio.

La espiritualidad indica el espíritu o estilo de vida; es decir, se quiere vivir lo que uno es y hace. Para los cristianos se trata de la vida espiritual, En otras palabras, vida según el Espíritu (Rom 8,9), una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana, siendo auténticos y profundos, porque es vida de Dios (Rom 6, 11). La espiritualidad o el espíritu de la vida cristiana tiene una dimensión trinitaria y, por lo tanto, teológica, pero es también un caminar como hermanos que formamos una sola familia o comunidad comprometida (somos Iglesia) en las situaciones humanas más urgentes. Aquí se encuentra su dimensión antropológica, social e histórica. La espiritualidad no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad (Gal 5,13; Jn 18,32), que pasa por el corazón y que se dirige a la realidad integral del ser humano y su historia.

La espiritualidad o función vivencial de la teología, quiere abarcar el misterio de Cristo en toda su integridad y perspectiva. Los horizontes se abren al infinito; la contemplación, como encuentro que quiere hacerse visión total; la misión, que quiere ser compromiso de anunciar a Cristo a toda la familia humana…

Si este camino hacia la verdadera libertad pasa por el corazón, desde el corazón podemos celebrar a distancia la liturgia de la Semana Santa. El 5 de abril iniciamos estos Días Santos con la celebración del Domingo de Ramos, un acto que por tradición inicia con una procesión fuera del templo, pero que en esta ocasión desde nuestros hogares nos unimos espiritualmente a esta procesión.

La liturgia de ese día nos presentó en primer lugar la lectura del profeta Isaías y un himno de la Iglesia primitiva que el apóstol Pablo insertó en la Carta a los Filipenses. El profeta Isaías contempla el sufrimiento que padecerá el Mesías. Y con estas palabras de aliento, el profeta Isaías conforta al abatido, diciendo; “El Señor me ayuda”.

El salmo responsorial número 21 presenta la figura de un inocente que es perseguido y rodeado por adversarios, pero él recurre al Señor con estas palabras: “Señor, auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mi tan alejado” y en un momento tan doloroso, como el que estamos pasando, la certeza de la fe nos puede guiar misteriosamente a la alabanza.

En el himno cristológico de la segunda carta a los filipenses, el apóstol Pablo invita a la comunidad a vivir un estilo de vida inspirados en la vida de Jesús. Él se hace siervo que experimentará la muerte del ser humano, que es nuestra realidad extrema.

Estas lecturas nos introdujeron a la pasión según san Mateo, en la parte final, cuando Jesús “dando un fuerte grito expiró”. Entonces el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron, se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos que habían muerto, y después de la resurrección de Jesús entraron en la ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. Por su parte, el oficial y los que estaban custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, se llenaron de un gran temor y dijeron “verdaderamente éste era hijo de Dios”. Todos estos son signos de una catástrofe cósmica, un enfrentamiento entre la vida y la muerte. En cierto sentido, todo el mal de la tierra se concentra en la pasión de Jesús: la flagelación, la crucifixión, el abandono del Padre que significaría el dolor más grande que una persona puede experimentar. Todo esto lo hace Jesús para que nuestros pecados sean perdonados. Es el amor por cada uno de nosotros lo que lo lleva a vivir los límites de nuestros dolores y sufrimientos. Jesús vive todo este dolor para conducirnos al Padre, para ser sanados y salvados por Dios.

En este momento, lo único que podemos decir acerca del Covid-19 es que está causando mucho dolor y mal al mundo entero. Pero no es solamente una desgracia o un mal para la humanidad, Jesús en la cruz aceptó el mal, pero su respuesta fue de acuerdo a su Padre, para transformar esta realidad dolorosa en una historia de salvación.

Tenemos una gran posibilidad para que esta pandemia se transforme en una excelente oportunidad para manifestar el amor de Dios haciendo el bien a los otros. Si respondemos al mal con el amor, con la fe y la esperanza, este mal se transformará en una excelente oportunidad en donde se manifestará el amor de Dios en medio de nosotros.

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