Autor UIC

Escrito por: P. Marco Navarro, MG
NotiUIC
abril 27, 2020

Desde principios de febrero, se empezaron a escuchar noticias acerca del coronavirus que contagiaba rápidamente a los habitantes de la ciudad de Wuhan, China. En esos momentos, pensé que sería una situación muy lejana a nosotros, que vivimos en Los Ángeles, California. A un mes de distancia, me doy cuenta de lo equivocado que estaba. Estoy a punto de cumplir tres meses desde que fui nombrado como vicario en la Parroquia de Santa Inés, en la Arquidiócesis de Los Ángeles, junto con el P. Luis Espinoza. La situación actual no puede ser más precaria, pues la parroquia, la oficina y la escuela están cerradas. El único medio de contacto que tenemos con nuestros feligreses son las redes sociales y el teléfono.

El domingo 15 de marzo, fue el último día que celebramos misas dominicales con la participación de aquellos que pudieron asistir (la mitad de los fieles no asistió a la parroquia porque ya estaba la recomendación de quedarse en casa). Al día siguiente, por la tarde, nos llegó el comunicado de la Arquidiócesis para suspender de inmediato todas las celebraciones litúrgicas con feligreses. A partir del 17 de marzo, celebramos misa en la capilla privada y la compartimos a través de la página de la parroquia en Facebook.

Días después, alguien del personal se presentó a trabajar y tres horas más tarde nos percatamos de que presentaba síntomas de gripe (tos, estornudos y flujo nasal). Nos llevó algo de tiempo convencerla de que se regresara a su casa y que estuviera ahí hasta que se sintiera mejor. Cuando el padre Luis y yo nos quedamos solos en la oficina, nos miramos a la cara con la misma grave expresión: ¿y si es el Covid-19? La recomendación oficial en ese caso es aislamiento total, así que, a partir de ese momento, nos encerramos durante dos semanas y, en caso de que desarrolláramos síntomas de gripe, buscaríamos ayuda médica.

En ese tiempo el apoyo y la comunicación mutua fue vital para superar el aislamiento. Cada mañana nos preguntamos cómo habíamos pasado la noche, si teníamos tos, fiebre, dolor de cabeza o alguno de los síntomas característicos del virus. Por la ventana, observábamos una larga fila de gente formada en la puerta del supermercado esperando a que abrieran para comprar víveres, agua y papel sanitario. Para evitar el pánico, decidimos no avisar a nadie de nuestra cuarentena hasta que estuviéramos seguros de que no habíamos sido contagiados.

Si quieres saber en qué acaba esta anécdota, consulta la edición número 30 de NotiUIC en su versión digital: https://issuu.com/notiuic/docs/notiuic_abril-mayo

 

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