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septiembre 1, 2016

Por Jesús Ayaquica Martínez |
Docente de Filosofía de la Universidad Intercontinental

 

El pensador español Fernando Savater declara que “el papel de la filosofía no es terminar con los debates; más bien, su oficio es colaborar para iniciarlos todos”. Con esta afirmación en mente, presento algunas ideas en torno de la tolerancia, con el propósito de invitar a reflexionar y a plantearnos ciertas interrogantes sobre este tema tan vigente y delicado.

Para comenzar, algunos datos de actualidad:

  • Según refieren diversos medios de comunicación, a raíz del referéndum que determinó la salida del Reino Unido de la Comunidad Europea, hace apenas dos meses, la policía británica informa que se incrementaron los crímenes motivados por el odio en 57%. El tema de la inmigración fue escalando posiciones en la preocupación de los británicos, al grado de que se convirtió en uno de los temas principales de la consulta, pese a los esfuerzos del gobierno por centrar el debate en los asuntos económicos. Los observadores coinciden en que el control de las fronteras y la inmigración tuvieron mucho peso en la decisión de los votantes a favor del Brexit.
  • Hace unas semanas, la policía investigaba la distribución de unos panfletos en Cambridge, con la leyenda “no más plaga polaca”. Se reportaron actos vandálicos en contra de un restaurante español, que amaneció con las ventanas rotas y la puerta destrozada, y en contra de un colegio también español, en cuya fachada pintaron la leyenda: “empaquen, extranjeros”.
  • Varias organizaciones han denunciado los crímenes xenófobos y han pedido a las autoridades tomar medidas para evitar que se exacerbe la división social. En respuesta, el ex primer ministro, David Cameron, señaló que su gobierno “no toleraría la intolerancia”.

Ejemplos como los anteriores permiten apreciar por qué el tema de la tolerancia ha ocupado en los últimos años un lugar de privilegio en la agenda política de las naciones y, por supuesto, en el ámbito de la reflexión filosófica. Algunos autores, como la filósofa española, Victoria Camps, no han dudado en señalar que “la tolerancia es la virtud por excelencia de la democracia. El respeto a los demás, la igualdad de todas las creencias y opiniones, la convicción de que nadie tiene la verdad ni la razón absolutas, son el fundamento de esa apertura y generosidad que supone ser tolerante. Sin la virtud de la tolerancia, la democracia es un engaño, pues la intolerancia conduce directamente al totalitarismo”.

Según esta autora, la tolerancia se nos presenta como una virtud con dos perspectivas: una moral y una política. Como virtud moral, la tolerancia se refiere a la aceptación de las diferencias culturales y de opinión, las creencias y las formas de vida distintas de las propias, sin que ello signifique renunciar a nuestras propias convicciones. Como virtud política, hoy por hoy, las sociedades democráticas mantienen en gran medida sus sistemas de convivencia gracias a la aceptación de que la realidad social es plural, y ello es posible gracias al ejercicio de la tolerancia.

Por otra parte, en diversas teorías filosóficas, la tolerancia puede ser entendida desde un punto de vista negativo y otro positivo. Negativo, porque la etimología del término tolerancia remite a la palabra latina tolerantia o toleratio, que significa “soportar, cargar o levantar”. Algunos filólogos emparentan tolerancia con el verbo griego tlénai, que también significa “levantar o soportar” y que, según los expertos, da lugar al nombre Atlas, quien fue derrotado en la batalla de los titanes y fue obligado por Zeus a cargar —es decir, a tolerar— el peso del cielo sobre sus hombros.

Por lo tanto, el acto de tolerancia supone, en primer lugar, que existen razones para no aceptar una acción o una creencia; sin embargo, tras ponderar las razones, decidimos cambiar de opinión y ser tolerantes. Por este motivo, se dice que el concepto y la práctica de la tolerancia no pueden separarse ni pueden entenderse sin el concepto y sin la práctica de la intolerancia. En otras palabras, no puede haber buenos sin malos.

Desde el punto de vista positivo, la tolerancia conlleva una actitud que se caracteriza por el esfuerzo para reconocer las diferencias y comprender al otro; es decir, desde esta perspectiva, tolerancia supone reconocer el derecho de los demás de ser distintos; como afirma Michael Walzer, “la tolerancia hace posible la diferencia; la diferencia hace necesaria la tolerancia”.

Hasta aquí, las cosas parecen bastante claras. Vamos a obscurecerlas un poco. Una descripción fantástica que no se encuentra en libro alguno dice que la filosofía es el “arte de la investigación tripodológica felina”; o sea, la manía de andarle buscando tres pies al gato.

Una de las críticas hacia los sistemas filosóficos es que parecen elucubrar en el espacio, en el mundo ideal de las esencias; sin embargo, la filosofía también es un asunto práctico y sabe reconocer que temas como éste no pueden tratarse en abstracto; la tolerancia “en general” es un concepto vacío, una noción utópica que requiere llevarse a un contexto específico para que adquiera sentido la reflexión. Así, quiero poner sobre la mesa un aspecto de este tema que hoy día nos obliga a pensar y a buscar soluciones de manera creativa y comprometida: los límites de la tolerancia. Recurriré a un ejemplo muy concreto.

Volvamos al Reino Unido: el pasado 26 de junio, tres días después del referéndum, el doctor Ali Abbasi publicó en una conocida red social una conversación que escuchó en un hospital de Londres, durante su guardia: un paciente le dijo a un radiólogo extranjero que estaba atendiéndolo “¿No deberías estar en un avión de regreso a Pakistán? Votamos que te fueras”.

Uno de los seguidores del médico comentó: “espero que la respuesta haya sido ‘y entonces, ¿quién va a hacer mi trabajo?, ¿tú?’”

El doctor Abassi respondió: “¿Sabes qué? Él sólo le sonrió al paciente y continuó con su trabajo. Qué cortés”. Creo que, con toda propiedad, podríamos cambiar la frase final y decir “qué tolerante”.

De este ejemplo, se desprenden varias preguntas interesantes:

  • ¿La tolerancia, como virtud por excelencia de la democracia, está condenada a desconectarse de la verdad? Es decir, ¿cualquier opinión, por el hecho de ser pronunciada o ser defendida, debe ser respetada?
  • Si alguien expresa su opinión sobre mis deficiencias físicas o mentales, ¿debo tolerarlo por el hecho de que sus críticas sean verdaderas?
  • O, en sentido inverso, por respeto a las personas, ¿debemos tolerar sus opiniones, aunque sean delirantes o sean gratuitas?
  • En el caso de nuestro amigo radiólogo pakistaní, ¿actuó bien al quedarse callado? ¿Debió responder a la agresión que recibía? ¿Debió negarse a ofrecer sus servicios al paciente?

No creo que exista una única manera válida de ofrecer respuestas en estas cuestiones; sólo compartiré con ustedes algunas ideas que, sorprendentemente, son fruto de la reflexión de un filósofo y teólogo medieval, quien por ahí de 1260, ya se hacía preguntas parecidas: Santo Tomás de Aquino.

Un concepto clave de la filosofía tomista que puede dar luz en estos espinosos asuntos es considerar que la tolerancia no es un valor absoluto, aunque hoy, en múltiples escenarios, se nos quiere vender como una virtud suprema, por encima del bien o de la verdad. Por el contrario: la tolerancia tiene límites bien establecidos; en primer lugar, debido a que, objetivamente, existen ciertas conductas que, de suyo, son intolerables por su objeto. Por ejemplo, sería intolerable que la nueva constitución de la Ciudad de México permitiera que los padres de escasos recursos pudieran vender a sus hijos para aliviar su situación económica. En segundo lugar, la paciencia de los seres humanos no es infinita y la tolerancia requiere que nuestro ánimo cuente con la debida disposición para sufrir la contradicción, pero esa capacidad encuentra tarde o temprano un límite en las propias personas.

Así, es muy probable que el mismo radiólogo de nuestro ejemplo, después de una jornada de trabajo de 12 horas o más y después de escuchar la misma ofensa una vez tras otra, no reaccione siempre de igual forma.

La respuesta del propio Santo Tomás acerca de estas cuestiones es que estamos obligados a tolerar las afrentas si eso es conveniente. Algunas veces, lo conveniente es que rechacemos el ultraje recibido, y ello, por dos razones: en primer lugar, por el propio bien del que nos está ofendiendo, pues de esa forma reprimimos su imprudencia e impedimos que repita tales comportamientos en el futuro; en segundo lugar, por el bien de otras personas, que podrían resultar afectadas o desorientadas al ver el trato ofensivo que estamos recibiendo sin responder.

Sigmund Freud relata un excelente ejemplo en su célebre obra, La interpretación de los sueños. Ahí refiere la ocasión en la que, a sus diez años de edad, iba caminando por la calle en compañía de su padre, quien trataba de mostrar a su hijo el cambio de estatus de los judíos y lo agradable que era vivir en una Viena ya tolerante (estamos por 1866); entonces, le cuenta una vieja historia: cierto día iba bien vestido, con un gorro de piel nuevecito, y se encuentra de frente con un cristiano quien, con un golpe, le quita el gorro y lo tira al lodo diciéndole: “Judío, bájate de la banqueta”. Con mucha curiosidad por conocer la reacción de su padre, Freud le pregunta: “¿Y qué hiciste?” El niño se lleva una terrible desilusión cuando su padre le contesta en tono resignado: “Me bajé a la calle y recogí el gorro”. Más de treinta años después, Freud aún recordaba el suceso y comentó: “Eso no me pareció heroico de parte del hombre grande que me llevaba a mí, pequeño, de la mano”. Hay ocasiones en que las personas esperan de nosotros una respuesta convincente ante las injurias.

Así pues, la tolerancia en el pensamiento de Santo Tomas, de ninguna manera es sinónimo de pasividad o de condescendencia con la estupidez, la maldad o la ignorancia. En este asunto, lo más importante es que, si se decide responder a las afrentas, de ninguna manera se debe pretender el mal para el agresor, pues de este modo, la defensa se convierte en un acto de simple venganza. La respuesta, por el contrario, debe llevar la intención de ayudar a quien ataca o a quienes esperan una réplica de nuestra parte. En cualquier caso, la consecuencia más valiosa de este planteamiento es que, mientras haya límites para la tolerancia, será posible oponer resistencia frente a lo intolerable; cuestión que resulta más que necesaria en el escenario político y social de nuestros días.

Por último, vale la pena reconocer que, si hacemos una lectura serena de la realidad en que vivimos, concluiremos que la mayoría de las opiniones y creencias con las que no estamos de acuerdo afectan exclusivamente a nuestra propia persona, lo que significa que pertenecen al terreno de lo razonablemente tolerable. Día a día convivimos con personas de muy diversas opiniones y nos es imposible corregirlas a todas, por lo cual llegaremos a la conclusión de que, en los más de estos casos, el costo personal de la intolerancia es sensiblemente mayor que el de la comprensión.

 

Para el lector interesado:

Antía Cancedo, “Cómo el Brexit puede afectar a millones de europeos que viven y trabajan en el Reino Unido”, BBC Mundo [en línea], 2016, http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-36533570

Ana Carbajosa, “Consecuencias del ‘Brexit’. Inquietud por una pintada racista en la escuela española de Londres”, El País [en línea], Londres, 2016, http://internacional.elpais.com/internacional/2016/06/30/actualidad/1467311077_775754.html

Ezequiel Téllez Maqueo, “Tomás de Aquino como un antecedente medieval de la tolerancia moderna”, Tópicos, Revista de Filosofía [pdf en línea], vol. 39, 2010, https://www.academia.edu/3120344/Tom%C3%A1s_de_Aquino_como_antecedente_medieval_de_la_tolerancia_moderna

Victoria Camps, Virtudes públicas, Madrid, Espasa-Calpe, 1990.

* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional