Autor UIC

Escrito por: Jorge Rodríguez Vega
Pastoral UIC- DGFI
junio 3, 2020

Jesús al resucitar se aparece a sus discípulos y nos recuerda que la proximidad física es algo fundamental que ha marcado su misión.  Misión que da a conocer al Padre, como cercano, amoroso, misericordioso.  Jesús reconoce que ha sido enviado por el Padre y ahora Él nos envía, pero su envío es acompañado por el Espíritu Santo.

Es hora de preguntarnos, ¿a qué nos envía en estos tiempos de pandemia?, ¿nos sentimos acompañados por el Espíritu Santo, reconocemos su acción en nuestras vidas?

Es complicado saberse amado por Dios ante estos momentos, duele ver al hermano sufriendo, ya que no sólo hablamos de pandemia, sino de desempleo, de violencia familiar, de muerte, de la pérdida de esperanza.

Un judío un día hizo mención de que existían dos tipos de bendiciones: la dulce y la amarga. Dicha distinción causa una nueva forma de percibir los acontecimientos en nuestra vida. Es difícil reconocer esta pandemia como una bendición, no tenemos problema en vincularla con la amargura, pero ¿una bendición?

He aquí donde debemos estar seguros de la acción amorosa de Dios en nuestra vida. Jesús al resucitar se presenta con estas palabras: “la paz con vosotros” (Jn. 20, 21) pero es una paz que es precedida por el Espíritu Santo. He aquí la diferencia en nuestra vida espiritual. Saberse en una vida espiritual es aceptar y acoger la acción del Espíritu Santo para transformar nuestra realidad.

Es momento de construir nuestra proximidad, una proximidad que motiva, que da esperanza, que da vida, que está guiada por el Espíritu Santo. Por tal motivo, invitamos a hacer la siguiente oración, ya que reconocemos que la oración se convierte en cimiento de nuestra acción.

¡Oh Espíritu Santo! recibe la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser.

Dígnate ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida y en cada una de mis acciones,

mi Director, mi Luz, mi Guía y mi Fuerza, todo el amor de mi corazón.

Yo me abandono sin reserva a tus operaciones divinas y

quiero ser siempre dócil a tus inspiraciones.

¡Oh, Espíritu Santo! transfórmame con María y en María, en Cristo Jesús

para la Gloria del Padre y salvación del mundo. Amén.

 

 

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