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Escrito por: Karla Flores

diciembre 9, 2020

Al hablar de COVID-19 y otros mitos, recordemos que en su libro Mitologías, Roland Barthes define al mito como un modo de significación; es un mensaje, y cómo éste, se transmite a determinadas audiencias por medio de distintos lenguajes (primero, a través del lenguaje oral, la imagen y la escritura; después, con otros que le dan soporte, como el cinematográfico, el deportivo y el de la publicidad).

Sin embargo, cada uno de los mensajes puede interpretarse de varias maneras, y esto dependerá de la predisposición, del conocimiento previo sobre el tema en cuestión y de la conciencia del receptor para encontrarle un sentido, volviendo al mito un asunto de semiótica y de pragmática.

Para Barthes, la semiótica “es la ciencia de las formas, puesto que estudia las significaciones independientemente de su contenido”; hace referencia a la relación que hay entre dos términos: significante y significado, pero esa relación no se basa en una igualdad, sino en una equivalencia, en lo que el signo representa. La mitología estudia las ideas como forma, por ende, el mito es también un tema de comunicación.

El mensaje de salud

Desde los inicios de la especie humana, los medios de comunicación, comenzando con la transmisión oral y su evolución hasta los medios digitales de la actualidad, han servido como un canal para la difusión de mensajes, de mitos; éstos han sido el vehículo para la propagación de ideologías que dieron pie a sistemas hegemónicos de orden social: desde la asignación de tareas para hombres y mujeres, hasta la división de clases sociales, pasando también por temas de salud, un tema que, en mi opinión, hoy debe ser prioritario.

La primera definición de la palabra «salud», según el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, es “estado en que el ser orgánico ejerce todas sus funciones”; la Organización Mundial de la Salud (OMS) la define como “un estado de completo bienestar físico, mental y social”.

Cuando hablamos de salud, la mayoría piensa sólo en la cuestión física, recientemente se dio mayor importancia a la salud mental, pero no reparamos en la salud social, o no estamos familiarizados con el término.

Para la OMS, la salud social es la habilidad del ser humano para adaptarse a los cambios del entorno, así como su capacidad para interactuar con otras personas; algunos factores que influyen en la salud social están relacionados con las condiciones del empleo, programas sanitarios y la exclusión social.

En 1995, la Fundación Europea para el mejoramiento de las condiciones de vida y de trabajo definió a la exclusión social como el “proceso mediante el cual los individuos o grupos son total o parcialmente excluidos de una participación plena en la sociedad en la que viven”, lo que puede medirse distintos aspectos: de acceso a recursos, ejercicio de sus derechos y participación social.

No podemos separar la salud física de la mental ni de la social, pues la condición de una afecta a las otras dos.

A lo largo de nuestra historia, la salud se ha visto afectada por distintas pandemias: sólo listo las que, en este momento, vienen a mi mente: la peste negra, la fiebre española, el VIH y el SIDA; hoy nos vemos afectados por una nueva pandemia, la de la COVID-19.

COVID-19 y discriminación

El 27 de febrero de 2020 México registró el primer caso de COVID-19; a partir de ese momento, la atención mediática se dirigió hacia la evolución de la pandemia. La Secretaría de Salud inició una serie de conferencias diarias que se mantienen al día de hoy, en las que proporciona información referente a la COVID-19 y las acciones gubernamentales para enfrentarla; la salud se convirtió en el tema principal de la agenda pública. Fue tanta la atención y miedo a contraer la enfermedad desconocida que, incluso, dejamos que creciera y se hiciera más evidente otra epidemia que nosotros, los integrantes de una sociedad, creamos y alimentamos por medio de mitos: la discriminación.

La discriminación es una práctica constante en todo el mundo, México incluido, ya sea por cuestiones de creencias, de género, de lugar de origen, de raza, de clase social o por temas de salud.

El origen de estas prácticas viene de siglos atrás; en un principio, en el medievo (siglo XI), el papel de la mujer se centró en la administración del hogar y la procreación, la discriminación a la mujer fue sustentada por las costumbres de la época prehistórica: en la asignación de tareas entre hombres y mujeres (los hombres salían a cazar y las mujeres se quedaban a cuidar el fuego y administrar lo que él hombre proveía).

En esa época también apareció la división de clases, dando origen a la burguesía (que siglos después, en la era moderna, adopta el mito del individualismo y el ideal de la riqueza, en la Revolución Industrial de 1688). Para el fin de la Edad Media (siglo XV) surge otro tipo de discriminación: durante la Colonia se estableció una jerarquía de razas: los españoles sobre los indígenas colonizados.

A grandes rasgos, puede decirse que la prevalencia de las conductas discriminatorias ha sido gracias a los mitos creados por grupos hegemónicos a través de los diferentes medios de comunicación, los cuales propagan ciertas maneras de pensar

Tal es la idea aspiracional de ascenso de clase por medio del consumo (formulado por Edward Bernays al poner en práctica las teorías de Sigmund Freud sobre el comportamiento humano); la promesa de éxito y enriquecimiento como compensación a una disciplina de largas jornadas de trabajo; el acceso, gracias a la riqueza, a mujeres hermosas y sexualizadas, y los privilegios de raza y de clase reflejados en los productos de entretenimiento que solemos consumir (telenovelas, series, películas, videos musicales e incluso campañas publicitarias y propagandísticas protagonizados por gente de piel clara y rasgos estéticos que no corresponden al fenotipo del grueso de la población mexicana).

Llega a la escena un nuevo término: la pigmentocracia (estratificación social por el color de la piel). Ha sido tal la exposición a estos mitos que, para las audiencias, es algo completamente natural, parte del statu quo, y hay una tendencia a reproducirlos en nuestra cotidianidad sin una reflexión sobre las afectaciones a nuestra salud social, algo que es más evidente desde la aparición de la COVID-19.

La COVID-19 nos ha cambiado la vida. Inesperadamente, llegó al mundo, primero, en Wuhan, China; se propagó a Europa por Italia y, finalmente, llegó a nuestro país.

Muchos son los debates sobre las acciones de cada gobierno para enfrentar la pandemia; acertadas o no, a ciencia cierta no lo sabemos, pero lo que la COVID-19 nos ha mostrado a todos es que nuestro orden social no es el ideal, la enfermedad afecta a los más pobres, a los que han sido relegados socialmente por no cumplir con los estándares fijados por los mitos.

De igual manera, nos ha mostrado que hay una mayor probabilidad de sobrevivir para aquellos con las condiciones necesarias para mantenerse en el encierro con menores afectaciones a su nivel socioeconómico, pero con afectaciones al fin, y que, en caso de enfermar, tendrán acceso a servicios médicos de calidad.

En dicho contexto, hacer un alto en nuestra forma de vida y crear una nueva cotidianidad desde el aislamiento es un lujo (trabajo desde casa, clases en línea, compras por internet).

Por supuesto, el encierro también ha dado pie a nuevas problemáticas de convivencia con un crecimiento de violencia, y es evidente que el encierro también ha tenido sus estragos en la salud mental: sentimientos de frustración, casos de ansiedad y depresión ante la incertidumbre de lo que viene (crisis económicas, desempleo y falta de oportunidades).

Este panorama tan poco alentador reduce nuestra capacidad de interacción, nuestra salud social; la respuesta de muchos a tal panorama ha sido repetir enfáticamente las viejas prácticas establecidas por los mitos: mayor segregación, xenofobia y discriminación.

Sumando a la lista de discriminados a los enfermos de la COVID-19, el miedo a la enfermedad es el que nos ha impulsado a reafirmar las conductas agresivas que Freud señaló en sus estudios sobre la mente humana.

Esa agresividad o violencia no sólo es física, también verbal, presente en las discusiones sobre éste y otros temas que diariamente se dan en redes sociales como Facebook y Twitter, donde sobresalen los prejuicios, los ataques y discursos de odio a aquellos que son distintos a los idealizados por los mitos (los feos, los pobres, los de piel oscura, los indígenas).

Basta con recordar el debate que se generó por el ascenso de Yalitza Aparicio, una actriz indígena nominada a los premios de la Academia a mejor actriz tras su primera aparición protagónica en el cine, para después convertirse en la imagen de Dior, además de aparecer en la portada de la revista Vogue.

La violencia y agresividad no son nuevas, pero la COVID-19 sólo las hizo más evidentes. También se manifiesta en la constante intolerancia y descalificaciones a quienes piensan y opinan de una forma diferente a la nuestra, estamos cerrados a cualquier discrepancia.

Dicha realidad nos obliga a hacer un alto en el camino y reflexionar si el rol que cada individuo juega es el que la sociedad necesita; distintos sociólogos, filósofos y analistas expertos en el tema señalan que el mundo se está planteando un nuevo orden social, uno que sea más saludable para todos nosotros por igual.

¿No sería tiempo, entonces, de que nosotros, los comunicadores, creemos nuevos mitos para un orden social saludable?

 

Para saber más

Licenciatura en Comunicación Digital, Universidad Intercontinental. Disponible en

https://www.uic.mx/licenciaturas/division-ciencias-sociales/comunicacion/

Especialidad en Publicidad en Medios Interactivos, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/posgrados/posgrados-uic-en-arte-comunicacion-y-tecnologia-en-contexto/especialidad-publicidad-medios-interactivos/

Licenciatura en Psicología, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/licenciaturas/division-de-la-salud/psicologia/

Diplomado en Neuropsicología, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/educacion-continua/diplomado-en-neuropsicologia/

Jesús Ayaquica Martínez, “Aristóteles vs Freud: debate sobre la felicidad”. Disponible en https://www.uic.mx/aristoteles-vs-freud-debate-sobre-la-felicidad/

Jesús Ayaquica Martínez, “Consejos medievales para aliviar las penas”. Disponible en https://www.uic.mx/consejos-medievales-aliviar-las-penas/

 



* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional

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