Autor UIC

Escrito por: Fís. Adolfo León Orozco Torres
Coleg-IIM
abril 14, 2020

No cabe duda de que estamos viviendo tiempos de temor, incertidumbre y desesperanza por la situación sanitaria y económica que estamos atravesando; sin embargo, debemos mantener firme el rumbo de nuestra barca personal y la brújula bien aceitada para no perder el derrotero hacia el fin trascendente al que el Señor nos convoca.

A lo largo de la historia, la naturaleza ha golpeado a la humanidad de diversas formas; aún tenemos el recuerdo de los terremotos de 1985 y 2017 en México, el tsunami en Indonesia o las erupciones volcánicas como en Armero, Colombia, hace unas décadas. Ante estas tragedias muchas veces volteamos para todos lados buscando razones, explicaciones, causas y nos desesperamos pensando en que son castigos divinos por nuestros pecados. No obstante, consideremos que la naturaleza tiene sus ciclos y sus procesos. Cuando una determinada especie rebasa ciertos límites naturales, surgen pestes o epidemias que diezman esa población para equilibrarla. Estos son procesos naturales que ocurren en ecosistemas ciegos, condenados a ejecutar fatalmente los procesos equilibradores de las poblaciones.

Pero el ser humano no es sólo animal, es animal inteligente, y aún más: con un alma inmortal que lo impulsa a buscar la trascendencia. El ser humano es cuerpo y alma, y si bien en tanto especie animal estaría condenado a sufrir esos procesos naturales catastróficos, es evidente que tenemos la capacidad de, al menos en algunos casos, predecirlos; en otros, de mitigar sus efectos desastrosos y, en muchas situaciones, siquiera de reducir las pérdidas humanas y atenuar los daños materiales.

¿De dónde le viene al ser humano esta capacidad de enfrentarse a la naturaleza y contravenir sus designios? Creo que la respuesta proviene del campo de la fe religiosa y de esa chispa divina que el Creador insufló en el ser humano y del mandato divino “Procread y multiplicaos y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo… y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra” (Gn1, 28).

Es así como la humanidad de manera progresiva ha ido atenuando los efectos catastróficos de esos procesos biológicos o geológicos naturales, y ha ido dominando, poco a poco, sus impactos en cuanto a muertes o daños materiales, procesos muy incipientes en algunos casos, como en el de esta pandemia del coronavirus, que por lo intempestivo y novedoso ha infligido grave daño a la humanidad, pero que se están logrando reducir sus terribles impactos.

¿Qué podemos hacer? Materialmente se está librando una dura batalla y, por la parte biológica, está en manos de los epidemiólogos y los médicos y enfermeras que evidentemente están dando un ejemplo heroico de amor y entrega para vencer a esta pandemia. Aunque, por el lado de la fe, recordemos que Jesús nos dice enfáticamente en Mateo 7,7 sobre la eficacia de la oración: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Tengamos fe, oremos humilde y enfáticamente al dueño de la vida por la pronta superación de esta pandemia. Hagamos lo que está en nuestras manos, siguiendo las indicaciones de los expertos y recordemos que cuando Pedro caminó sobre el agua y empezó a hundirse al entrarle la duda, el propio Jesús le tendió la mano, lo rescató y lo conminó diciéndole: “Hombre de poca fe, ¿Por qué has dudado?” (Mt 14,31).

Tengamos fe en el Creador del universo, en Su Bendita Madre Santa María de Guadalupe y confianza en los científicos que están luchando a brazo partido contra esta pandemia y estemos seguros de que el Señor responderá a nuestras llamadas sinceras, porque, finalmente, como reconoció Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).

Fotografía: composición de RPP Noticias tomada a partir de películas de Netflix.

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