Autor UIC

Escrito por: Mtro. Ulises Morales Contreras
Instituto Intercontinental de Misionología
abril 15, 2020

El relato de la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-43) que leíamos en el quinto domingo de Cuaresma, nos introducía ya en lo que sería la Resurrección de Jesús. Es un preludio que el evangelio de Juan nos ofrece, donde Jesús se autopresenta de una manera muy profunda: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera vivirá” (Jn 11, 25). En el relato, Jesús, con su palabra portentosa, hace salir a Lázaro del sepulcro y lo devuelve a la vida. Y este signo, tal como el relato de Juan lo expresa, hace posible que muchos judíos crean en él (11, 42. 45). Es el signo de la vida nueva que Jesús trae para todos. Resurrección y vida son dos aspectos que van unidos y manifiestan una misma experiencia.

En este mismo sentido, el relato de la Transfiguración (Mc 9, 2-8; Mt 17, 1-8; Lc 9, 28-36) resalta la presencia “resplandeciente” de Jesús. Representa, además, un preludio de lo que él viviría con su resurrección. La luz será un signo característico de Jesús resucitado, pues él mismo se había presentado, también, como la Luz del mundo, en el relato de la curación del ciego de nacimiento que encontramos en el evangelio de Juan (Jn 9, 1-41), texto que leímos en el cuarto domingo de Cuaresma.

El texto de Mateo que leemos en el domingo de Resurrección de este ciclo litúrgico (Mt 28, 1-10) es un relato muy sugestivo en el momento de narrar la resurrección de Jesús: “De pronto hubo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó en ella”. Este relato busca expresar y manifestar la victoria de Jesús sobre la muerte. La tierra “retembló”, nos dice Mateo, y esto provoca la reacción aterrada de los guardias que custodiaban el sepulcro de Jesús: “temblaron de miedo y se quedaron como muertos”. De manera contraria es representada la reacción de las mujeres que fueron al sepulcro, pues éstas, al escuchar el anuncio del ángel, se llenan de “temor y alegría”, y corren para dar la noticia a los apóstoles. Y a lo largo del camino tienen el primer encuentro y la revelación de Jesús resucitado, en la que Jesús mismo les dice, “No tengan miedo”.

A la luz de este texto del evangelio de Mateo, podemos ver las reacciones contrastadas: el miedo de los soldados que quedaron como muertos al contemplar al ángel resplandeciente, frente al temor y alegría que las mujeres experimentan con la noticia del ángel, de que Jesús había resucitado. Experiencias distintas de un mismo acontecimiento. Experiencias que nos sumergen dentro de nuestras propias reacciones al escuchar nuevamente la noticia de que Jesús ha resucitado.

Vivimos este tiempo de pascua, es decir, esta semana de la resurrección de Jesús, en medio de una situación particular y dolorosa; una experiencia que asusta y atemoriza, y parece contrastante con la experiencia que la pascua nos invita a vivir. Celebramos en la Iglesia la resurrección de Jesús, y ésta es una Buena noticia, una noticia que el ángel venido del cielo vuelve a transmitirnos, y tiene que suscitar en nosotros temor y alegría; la resurrección de Jesús debe llenarnos, colmarnos, en esa experiencia. No podemos permanecer en el miedo y la muerte, como los soldados; Jesús es la resurrección y la vida y en él tenemos la nueva vida, en él debe estar fincada nuestra fe. Jesús, como a las mujeres, vuelve a decirnos, “No tengan miedo, vayan a decir a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allá me verán”.

Jesús nos llama a continuar nuestro camino, a ir a Galilea para verlo. Nuestro camino no puede continuar en el miedo y en la muerte. Tenemos que llenarnos de alegría y esperanza. Debemos salir de la oscuridad de la muerte para entrar en la luz gozosa de la resurrección. Y hoy, más que nunca, estamos llamados a vivir en la luz y la esperanza; nuestra pascua ahora es dar el paso para salir de la oscuridad (muerte) para pasar al gozo de la vida, vida nueva en Cristo resucitado. Tenemos que ver a Jesús vivo y actuante en medio de nosotros, seguirlo anunciando a todos los hermanos que están sumergidos en el miedo y la angustia de esta dura realidad que nos ha tocado vivir. Somos los cristianos de la buena noticia y de la esperanza. La única esperanza que no debe morir, pues Jesús ha vencido a la muerte y nos ha llenado de vida, y vida abundante.

* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional