Autor UIC

Escrito por: Dr. Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes
Instituto Intercontinental de Misionología
abril 22, 2020

La vida humana está lejos de ser un camino llano, liso y terso; muy al contrario, la perturbación es parte de nuestra cotidiana experiencia existencial. No obstante, también es parte de nuestra condición humana la imperiosa necesidad de ordenar el caos y construir una estructura socio-cultural que nos cobije de la intemperie de la incertidumbre, ordenando positivamente la vida y convirtiendo en extraordinarias las irrupciones de la desgracia.

En este sentido, para el cristianismo, la figura de un Dios personal cobija con mucho esta desnudez existencial manteniendo un toldo de confianza sobre nosotros y protegiéndonos de los golpes de los infortunios propios de nuestra condición temporal, perecedera y degenerativa.

Desde este punto de partida, es evidente que esta característica propia de nuestra forma de asumir a Dios en nuestra vida ordinaria conlleva el riesgo de un razonamiento lógico que articule la bonanza con la presencia y protección de Dios, y viceversa: la desgracia con el abandono de la Divina Providencia.

Es desde este punto de partida que quisiera compartir la experiencia de fe que desde el judaísmo puede refrescar nuestra esperanza cristiana en lo referente a la distancia de Dios con respecto al hombre, en virtud de su Majestad, sin que esto mengüe la maravillosa relación amorosa humano-divina como sello distintivo de esta apuesta religiosa signada por la decisión y libre opción en una relación interpersonal.

Etty Hillesum, joven judía holandesa muerta en Auschwitz en 1943, escribió en su diario estas maravillosas y profundas palabras que resultan tanto más sorprendentes si consideramos el contexto tan difícil en el que fueron escritas:

Si Dios deja de ayudarme, entonces yo tendré que ayudar a Dios […] Yo te ayudaré Dios mío para que no te extingas en mí […] No eres tú quien puede ayudarnos, sino nosotros somos los que podemos ayudarte y haciéndolo, nos ayudamos a nosotros mismos. Es lo único que podemos salvar en esta época y es lo único que importa: un poco de ti en nosotros. Sí, Dios mío, pareces poco capaz de modificar una situación finalmente indisociable de esta vida. Y casi con cada latido de mi corazón se me hace más claro que no puedes ayudarnos, pero que nosotros tenemos que ayudarte y defender hasta el final tu morada en nosotros.[1]

Estas palabras de profundidad mística, nos ubican en una nueva coordenada frente a lo divino: no vaciar la relación interpersonal en la exigencia a cumplimientos contractuales, sino reconocer la profunda presencia de Dios en lo hondo del ser humano en una relación eminentemente personal y la conveniencia de que esa morada no se extinga. Ayudar a Dios a que no se extinga su llama en nuestro interior, porque nuestra humanidad se juega en su divinidad. Recuerda completamente a lo expresado por Emmanuel Levinas, también judío, quien apuntara: la divinidad de Dios se juega en lo humano, Dios desciende en el rostro del prójimo.[2]

Esta experiencia espiritual desde el monoteísmo judío, recuerda plenamente las bases comunes y la raíz única de nuestra proveniencia como cristianos en un contexto actual donde el hombre contemporáneo está ávido de esperanza, sosiego y sentido, aunque renuente de Dios, tal vez sea como expresara Lluis Duch,[3] un problema de la imagen que nos hemos construido de Dios y que nos ha alejado de la confrontación directa con ese rostro personal que desde la Eternidad se acerca e interpela. En todo caso un problema contemporáneo en el ámbito religioso que tiene que ver con la comunicabilidad cultural de lo divino (esencia del trabajo misionero).

Creo que vemos en la actual crisis generalizada en el mundo el a posteriori de la máxima Nietzcheana: “Dios ha muerto”, y lo que proseguía de la muerte de Dios era necesariamente la muerte del hombre; por eso maravilla la lucidez de las palabras de Hillesum a Dios: “lo único que importa es un poquito de ti en nosotros, por eso te ayudaré a que no se extinga tu morada en mí y ayudándote me ayudaré, preservándote me preservaré”.

Así pues, la esperanza que articula la existencia a un sentido religioso de Trascendencia, como confrontación constructiva y optimista con el Misterio, puede llevar a la transformación plena del sufrimiento y la angustia en bonanza y paz, como expresara Levinas: “Distinguir en la quemadura del sufrimiento, la llama del beso divino. Descubrir el misterioso cambio del sufrimiento supremo en felicidad.”[4]

[1] Etty Hillesum, Une vie bouleversée. Journal 1941-1943, París, Seuil, 1985, pp. 160-161; 166.

[2]Emmanuel Levinas, Los imprevistos de la historia, p. 194.

[3]Cfr. Lluis Duch, Un extraño en nuestra casa, Herder, Barcelona, 2007.

[4] Emmanuel Levinas, “La experiencia judía del prisionero”, en Escritos inéditos 1, Trotta, Madrid, pp. 131-135. 2013;  p. 134.

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