Escrito por:

junio 21, 2017

Mons. Alonso Manuel Escalante fue el gran impulsor de la fundación de los Misioneros de Guadalupe, quienes, a su vez, hicieron posible la creación de la Universidad Intercontinental. A 50 años de su muerte, recordamos al misionero, al fundador y al conductor.

Por Jesús Ayaquica Martínez |
Docente de la Licenciatura en Filosofía

 

“La vida de un misionero se puede comparar a la de un vagabundo con diferencias notables. Un vagabundo no sabe adónde va ni le importa, mientras que un misionero sí sabe adónde va y sí le importa. Aquél camina para sí mismo, éste camina para Dios. Los dos sienten la comezón de seguir caminando. Resumiendo: un vagabundo tiene la urgencia de caminar, comer y beber; un misionero tiene el mandato de caminar, enseñar y bautizar. ¿Acaso no está bien que nos llamemos los ‘vagabundos de Dios’?”

Mons. Alonso Manuel Escalante

 

La mañana del miércoles 21 de junio de 1967, el “vagabundo de Dios” emprendió su última travesía, esta vez a la casa del Padre. En el marco de los festejos del 40 aniversario de la Universidad Intercontinental y a 50 años de su partida, rendimos un homenaje a Alonso Manuel Escalante y Escalante, misionero, obispo conciliar, políglota, profesor, habilidoso golfista, emprendedor, primer superior general de los Misioneros de Guadalupe y pilar de nuestro proyecto educativo.

Los primeros años

Alonso Manuel nació el 24 de diciembre de 1906; hijo de don Alonso Escalante Peón y doña Alicia Escalante Bolio, fue el tercero de once vástagos del matrimonio, avecindado en la casa marcada con el número 344 de la calle 60, en Mérida, Yucatán. De frágil salud, durante los primeros años de su vida, estuvo varias veces al borde de la muerte; no obstante, a los cuatro años ya se le veía correr y jugar con toda normalidad, y a los seis, ingresó al jardín de niños en la escuela de las Hermanas de Santa Teresa de Jesús. El país entero vivía una época de turbulencias, ocasionadas por la Revolución, por lo que el pequeño Alonso solo asiste a la escuela cuando es posible; en su mente quedarán grabadas para siempre las lúgubres imágenes de hombres colgados de los árboles, cerca de su casa y de la escuela. En este tiempo, recibe la preparación para la Primera Comunión, que celebró el 31 de mayo de 1915.

Debido al clima de tensión que persiste, don Alonso decide enviarlo, junto con Eusebio, su hermano mayor, a Estados Unidos, a cargo de su tía, la hermana Socorro. Ingresaron en el Saint Joseph School, de las Hermanas de la Caridad de Santa Isabel, en Nueva Jersey; su capacidad natural y el notable avance que lograron en el dominio del inglés les permitió adelantar en los estudios y en dos ocasiones cursaron dos grados en un solo año.

El llamado de Dios

Hacia 1919, en su último ciclo de secundaria, Alonso comenzó a sentir la inquietud por la vida sacerdotal y tomó contacto con los misioneros de Maryknoll; la lectura de La vida del Beato Gabriel Perboyre, misionero y mártir —canonizado más tarde por san Juan Pablo II—, le entusiasmó de tal manera que decidió responder de inmediato al llamado de Dios, y el 7 de septiembre de 1920, ingresó en el seminario menor en Clarks Summit, Pennsylvania, donde estudió cinco años de Humanidades. Con una conducta y una aplicación excelentes, destacó sobre todo en las ciencias prácticas y aprovechó toda ocasión para aparecer en las obras teatrales, con especial gusto por las alegres y chuscas.

En septiembre de 1925, continuó su formación en el seminario mayor de Maryknoll, en Nueva York. Cursó dos años de Filosofía y obtuvo los mejores promedios; durante esta etapa se aficionó a la fotografía y se ejercitó físicamente jugando tenis y golf —actividad que lo mantuvo en buena condición de salud hasta su muerte y que, según cuentan quienes convivieron con él, llegó a dominar mejor que cualquier practicante promedio—. El primero de septiembre de 1927, Alonso ingresó a la facultad de Teología y en ese mes recibió la tonsura clerical; al año siguiente, las órdenes menores de ostiario y lector y en 1929, las de exorcista y acólito. Un año después, terminado el tercer año de Teología, recibió el subdiaconado y el 14 de septiembre de 1930, recién iniciado el cuarto año de formación teológica, fue ordenado diácono. Durante su trayectoria académica, sobresalió en el estudio del chino y mostró un marcado interés por colaborar en la evangelización en tierras de Asia.

La consagración

Concluidos sus estudios, recibió el orden sacerdotal, junto con ocho compañeros, el primero de febrero de 1931, en la capilla del seminario de Maryknoll; tenía 25 años de edad. En ese evento tan importante lo acompañaron sus padres y todos sus hermanos; resulta significativa la anécdota de que en ese momento se tomó la única fotografía en la que aparece la familia Escalante completa. Cinco meses después, el nuevo presbítero volvió al seminario menor, ahora en calidad de profesor de álgebra y francés.

La aventura misionera

Por fin, el momento para el que se había preparado los últimos doce años de su vida llegó el 4 de mayo de 1932, fecha en la que fue designado misionero al vicariato apostólico de Fushun, en Manchuria, China, lugar al que arribó la noche del 2 de septiembre, junto con otros cinco compañeros, en medio de un ambiente de inestabilidad social que presagiaba los desórdenes que vendrían en el continente asiático durante la Segunda Guerra Mundial. El 6 de octubre, el padre Alonso llegó a Shinbin —uno de los blancos de la ofensiva japonesa— con el nombramiento de vicario parroquial. En su correspondencia, el joven misionero plasmó vívidamente sus experiencias en aquellos momentos de zozobra y de sólida esperanza en medio de la guerra: “Entre el brillo rojo de los cohetes y la explosión de los proyectiles, el hecho de que nuestra bandera, la Cruz, estaba ahí todavía, y nuestros labios estaban continuamente en oración, era prueba de que nuestra Iglesia y nosotros todavía estábamos allí”.

En noviembre de 1934, fue asignado en calidad de párroco a comenzar y desarrollar una nueva comunidad cristiana en la ciudad de Benshí, pero dadas las condiciones tan difíciles del lugar, fijó su “centro de operaciones” en el poblado cercano de Chiatou, donde edificó la primera Iglesia, bendecida el 25 de octubre de 1936. Tras siete años de fructífera misión en China, recibió el permiso para regresar a Estados Unidos, por lo que partió a Kobe, Japón, y se embarcó rumbo a San Francisco. El trayecto a casa se vio ensombrecido por un cable que le anunciaba la muerte de su madre, acaecida el 6 de octubre de 1939. Alonso llegó a Maryknoll el 15 de ese mes y al día siguiente visitó a su familia para celebrar una misa por el descanso de doña Alicia.

Durante el año siguiente, estuvo involucrado en labores de promoción; viajó a diferentes parroquias ofreciendo conferencias para difundir su sociedad misionera, suscitar vocaciones y obtener ayuda para la continuación de las obras. Terminado el año, fue nombrado profesor de catequesis y de chino en el seminario mayor.

El 7 de diciembre de 1941, fecha del ataque japonés a Pearl Harbor, que determinó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, significaría también un giro en la propia vida del padre Escalante, pues las misiones católicas en el oriente atravesarían una situación crítica por la dificultad de hacerles llegar recursos y por la persecución a la que se verían sometidos los ciudadanos estadounidenses. En esas condiciones, Maryknoll dirigió la mirada hacia América Latina y la Santa Sede señaló Bolivia. Como Alonso era el único sacerdote de habla hispana en su sociedad misionera, resultó lógico que fuera nombrado superior del primer grupo enviado a dicho país para hacerse cargo del vicariato apostólico de Pando. Fue nombrado monseñor el 1 de junio de 1942, en la ciudad de La Paz y, después de un largo viaje de reconocimiento, tomó posesión de su cargo en julio, estableciendo su sede en Riberalta.

El 18 de enero de 1943, la Santa Sede anunció el nombramiento de Mons. Alonso Manuel Escalante como Obispo titular de Sora y Vicario Apostólico de Pando, Bolivia. Para este insigne evento, viajó a la patria y a los pies de la morenita del Tepeyac, fue consagrado en la Basílica de Guadalupe, el 9 de mayo, por manos del entonces obispo primado de México, Luis María Martínez. De vuelta a su sede episcopal, el nuevo obispo continuó su tarea misionera, ahora “entre los ríos y la selva” sudamericana.

Proyecto misionero mexicano

Mientras tanto, desde 1938, iba gestándose la idea de fundar un instituto misionero en nuestro país. Después de una conversación con Mons. Miguel Ángel Builes, fundador de los misioneros de Yarumal en Colombia, tres estudiantes del Colegio Pío Latino Americano, en Roma —Enrique Mejía, Enrique Salazar y Carlos Quintero—, se preguntaron por qué en México no se establecía un seminario de misiones. Esta inquietud fue recibida, y acompañada de beneplácito, por el obispo Miguel Darío Miranda, de Tulancingo y los arzobispos José Garibi y Rivera, de Guadalajara, y José Ignacio Márquez y Toríz, de Puebla. En noviembre de 1942, durante el Primer Congreso Nacional Misionero, se propagó el proyecto y se promovió un ambiente de fervorosa oración a su favor. En 1945, el episcopado mexicano aceptó por unanimidad la iniciativa y formó un consejo destinado a la fundación del seminario de misiones.

El 11 de marzo de 1948, el papa Pío XII concedió el permiso para inaugurarlo, encomendó su dirección a los padres misioneros de Maryknoll y nombró a Monseñor Escalante su primer rector. El obispo dejó su vicariato apostólico de Pando y desde ese momento se consagró en cuerpo y alma a la nueva misión que se le encomendaba; incluso visitó Yarumal, como parte de su preparación y aprovechó todo momento para comunicar los planes que se gestaban en nuestro país. Llegó a México el 28 de septiembre de 1948 y puso manos a la obra para ubicar el sitio y comenzar la edificación del seminario; se eligió “Quinta los Álamos”, un tranquilo lugar en Tlalpan, al sur de la Ciudad de México. La mañana del 7 de octubre de 1949, Mons. Guillermo Piani, delegado apostólico en México, bendijo las instalaciones y Mons. José Ignacio Márquez celebró la misa de inauguración. El seminario mexicano de misiones era una realidad.

El 6 de enero de 1950, el proyecto misionero comenzó a rendir frutos y Mons. Escalante, una vez más a los pies de nuestra Señora de Guadalupe, ordenó al primer sacerdote egresado del seminario. Puesto que se trataba de una obra nacional y de alcance mundial, en cuanto a la labor misionera, el obispo supo apreciar la importancia de que el seminario fuera conocido; por ello, el 1 de enero de 1950 fundó la revista Almas. Alonso quería una revista de bolsillo, fácil de leer, amena y muy ilustrada, con fotografías y dibujos a colores. Estableció una oficina de la publicación en el centro de la ciudad y fue el editor responsable hasta junio de 1967.

El Seminario de Misiones

Mons. Escalante sabía que el contrato de Maryknoll con los obispos mexicanos para la dirección y el financiamiento del seminario era temporal —diez años—, de modo que la insuficiencia de vocaciones y de recursos le hicieron atisbar la necesidad de tomar medidas para el logro de su sostenimiento a largo plazo; por ello, con un notable sentido emprendedor y una clara proyección a futuro, presentó una moción a los obispos, que fue aprobada en el segundo Congreso Nacional Misionero de Puebla, en 1947, para establecer el “Día de las vocaciones misioneras”, el primer domingo de mayo. El rector comprendía la necesidad de educar a la gente en el espíritu misionero y, de acuerdo con sus propias palabras, “necesitamos buscar el niño y la canastilla, es decir, vocaciones y centavos”. En consecuencia, para atender la primera necesidad, fundó en febrero de 1951 la Liga Misional de Estudiantes Mexicanos (lmem) —actualmente, Liga Misional Juvenil—, para promover el espíritu misionero en los jóvenes; en relación con la segunda, para asegurar las necesidades de espacio y crecimiento de un seminario de dimensión nacional, negoció la compra de 17 predios, todos colindantes, entre los poblados de Santa Úrsula y Tlalcoligia, y logró la adquisición en enero de 1953. El Seminario de Misiones se trasladó a su actual domicilio, avenida Insurgentes sur número 4135, en Tlalpan, el 12 de abril de 1956.

El espíritu visionario de Mons. Escalante y su deseo de formar excelentes maestros, lo motivaron a enviar a algunos de los primeros misioneros a diversos países de Europa, para obtener un grado académico. Por su parte, sus cualidades naturales de negociador y el éxito de su gestión al frente del naciente instituto, llamó la atención del episcopado mexicano, quien le encomendó la dirección de las Obras Misionales Pontificias, el 28 de abril de 1953.

En esa misma fecha, la Santa Seda aprobó las Constituciones del seminario, bajo el título de Instituto de Santa María de Guadalupe para la Misiones Extranjeras, señaló que sus miembros serían llamados Misioneros de Guadalupe, y nombró a Mons. Alonso Manuel Escalante, primer superior general del instituto que, a partir de ese momento, se constituyó en el órgano oficial del episcopado mexicano al servicio del mundo misionero de la Iglesia.

El 11 de octubre de 1962, Mons. Escalante acudió al llamado del papa san Juan xxiii, para celebrar el Concilio Vaticano ii, junto con otros 2 300 obispos de todo el mundo. Participó en las cuatro sesiones generales, hasta el 8 de diciembre de 1965, en que Paulo VI lo declaró concluido. El año y medio que vivió después de este trascendental acontecimiento para la Iglesia, trabajó con la designación de miembro de la Comisión Posconciliar de Misiones.

El fin del viaje

En agosto de 1966, acudió a las sesiones del capítulo general de los misioneros de Maryknoll y la mañana del 15 de abril del año siguiente, emprendió su último viaje alrededor del mundo. Visitó a sus estudiantes en varios países europeos y estuvo en Roma para participar en la Asamblea Internacional de las Obras Pontificias de la Propagación de la Fe y de San Pedro Apóstol, en su calidad de director nacional en México. Además, había planeado su visita a las tres misiones que en ese entonces tenía el instituto: Japón, Corea y Kenia. Llegó a Nairobi el 17 de mayo de 1967 y el 6 de junio llegó a Hong Kong con problemas de salud. Pensando que se trataba de una gastroenteritis, producto de una cena en Indonesia, fue mal diagnosticado y más tarde fue tratado de nuevo erróneamente con medicamentos para una hepatitis severa. Los estudios revelaron que se trataba de una fiebre tifoidea que se complicó y lo llevó, finalmente, de vuelta a la casa del Padre, después de dos semanas en las que sobrellevó su enfermedad de forma alegre, como paciente muy cooperativo, dando testimonio edificante para las hermanas enfermeras y para los laicos chinos que tuvieron el privilegio de cuidarlo.

La llama misionera que, durante 61 años inflamó el corazón del obispo Escalante, se apagó el miércoles 21 de junio de 1967, en el hospital de las Hermanas de Maryknoll. El mismo día se celebró una misa de cuerpo presente en la Catedral de Hong Kong. Su cadáver fue embalsamado y se le trasladó a Maryknoll, donde el 24 fue recibido por sus antiguos compañeros. Tres días después, llegó a la Ciudad de México y recibió las exequias solemnes en la Capilla del Seminario durante tres días. El 1 de julio fue sepultado en el panteón Jardín y más tarde sus restos fueron trasladados a la capilla de la Virgen de Guadalupe, del Seminario de Misiones, donde descansan hasta la fecha.

El legado

Como superior general de los Misioneros de Guadalupe, Mons. Escalante organizó y fundó tres misiones a las que envió sacerdotes: Japón (1955), Corea (1961) y Kenia (1965); además, en el período comprendido entre 1950 y 1967, ordenó a un total de 48 misioneros, entre quienes cabe destacar al padre Esteban Martínez de la Serna, el 10 de marzo de 1951, quien llegó a Japón, 10 años después, enviado por el propio obispo Escalante. El padre Esteban fue superior de dicha misión entre 1966 y 1967 y después regresó a México. El 4 de noviembre de 1967, en el marco del primer capítulo general de los Misioneros de Guadalupe, convocado tras la partida de Mons. Escalante, el padre Esteban Martínez de la Serna se convirtió en el primer superior general electo.

El 20 de agosto de 1976, el padre Esteban fundó en los terrenos del seminario, la Universidad Intercontinental. Llenos de alegría por el festejo del cuadragésimo aniversario de nuestra alma mater, el pasado lunes 13 de febrero de 2017, rendimos un homenaje sentido a Mons. Alonso Manuel Escalante y Escalante, piedra angular de nuestra querida institución, con la develación y bendición de una placa que consagra a su memoria el edificio que alberga la rectoría de nuestra institución y la biblioteca San Jerónimo.

 

 

Al lector interesado, se recomienda ampliamente:

* Ricardo Colín Negrete, M.G., Un vagabundo de Dios. Biografía del Sr. Obispo Alonso M. Escalante, México, Editora Escalante, 1999 y 2003, en dos tomos ilustrados con interesantes fotografías.

* José Chávez Calderón, M.G., Instituto de Santa María de Guadalupe para las Misiones Extranjeras, 50 años en el mundo misionero. 1949-1999. México, edición de autor, 1999.

* La página electrónica de los Misioneros de Guadalupe, con fotografías y textos relativos a la vida de Monseñor Escalante, la historia del Instituto y la actualidad de su labor misionera en el mundo: http://www.mg.org.mx/index.html.

* La página electrónica de las Obras Misionales Pontificio Episcopales de México (ompe), que en su micrositio dedicado a la Liga Misional Juvenil, presenta la imagen de Mons. Escalante como portada y hace referencia a su papel como fundador y la historia del programa: http://ompe.mx/programas/item/270-liga-misional-juvenil.html.

* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional