El terror moderno no sólo es una emoción que nos paraliza, sino también una forma de pensamiento que conecta con lo más profundo de nuestro inconsciente. Nos asusta, pero, al mismo tiempo, nos atrae, porque en él habitan nuestros deseos, temores y pulsiones primitivas.
Freud (1919) describió esta inquietante ambivalencia con el concepto de “lo ominoso”: algo familiar que de pronto se vuelve extraño. Esta experiencia resuena en lo cotidiano y revela cuán frágil es la realidad que habitamos.
El miedo, además, nos fascina. La palabra “fascinar” proviene del latín fascinum, que alude a lo fálico y a lo que seduce o embruja. Esta doble dimensión (amenaza y atracción) hace del terror un espejo de nuestras emociones más intensas.
Desde los cuentos de hadas hasta los videojuegos de horror actuales, el terror se manifiesta como lenguaje simbólico para expresar lo indecible.
Terror moderno, un espejo del inconsciente
El terror moderno permite dramatizar los conflictos psíquicos que no siempre podemos poner en palabras. En el psicoanálisis, autores como Melanie Klein (1975) explican cómo las fantasías inconscientes se originan en las primeras experiencias afectivas y se proyectan en la conducta, el pensamiento y el discurso. Estas fantasías pueden contener tanto el deseo de protección como el temor a la pérdida o el abandono.
Los cuentos tradicionales, como explica Bettelheim (1994), no buscan enseñar lecciones morales, sino ofrecer un espacio simbólico para metabolizar miedos infantiles. En estos relatos, los niños elaboran conflictos fundamentales, como el nacimiento, la muerte o la separación.
Sin embargo, en el contexto actual, el terror ya no se comparte en comunidad o en el entorno familiar. Videojuegos como Five Nights at Freddy’s o Slendermanse consumen en soledad, sin la mediación de adultos que ayuden a transformar el miedo en pensamiento.
El papel del adulto frente al miedo infantil
Wilfred Bion (1976) introdujo el concepto “reverie” para explicar la capacidad de los cuidadores de contener y pensar las emociones infantiles. En este proceso, el adulto transforma el caos emocional del niño en imágenes, palabras y sentido. Si dicho acompañamiento está ausente, el niño queda expuesto a sus temores sin herramientas simbólicas para procesarlos.
En ese contexto, el terror deja de ser un juego simbólico para convertirse en una experiencia que abruma. Por ello, es esencial que los adultos (padres, docentes, terapeutas) ofrezcan espacios para pensar el miedo. De lo contrario, lo siniestro permanece como algo inasimilable, lo que dificulta su elaboración psíquica.
Deseo, muerte y vacío en el terror contemporáneo
Freud (1919) y Vives (2013) coinciden en que la pulsión de muerte no implica un deseo de destrucción, sino una aspiración al no dolor, al silencio de la necesidad. La vida, en cambio, exige esfuerzo, deseo y sufrimiento. Por eso, la pérdida no genera vacío sino huellas psíquicas que exigen ser pensadas.
En el terror moderno, esta tensión entre vida y muerte aparece de forma constante: historias que evocan el abandono, la soledad o la desaparición funcionan como metáforas del deseo de ser recordado.
Tal como sugiere Byung-Chul Han (2012), vivimos en una sociedad que evita la pausa y la reflexión, pero que no puede deshacerse de los símbolos esenciales: la madre, el padre, la muerte, el amor, el miedo.
Soñar con monstruos, una forma de pensar lo impensable
El terror moderno ofrece una vía simbólica para imaginar lo que de otro modo sería intolerable. En lugar de rechazarlo como simple entretenimiento, es necesario reconocer su función psíquica: dar forma al espanto y compartirlo para que deje de ser puro silencio. Cuando un niño pregunta si “seguirán pensando en él cuando no esté”, no formula solo un miedo, sino un deseo profundamente humano: no desaparecer del pensamiento del otro.
Por eso, las narrativas de miedo siguen siendo relevantes. Nos permiten soñar con monstruos, no para temerles, sino para entenderlos y entendernos. A través del terror, la cultura sigue generando espacios simbólicos donde lo siniestro puede ser transformado en palabra, en imagen, en historia compartida.
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Para saber más
Bettelheim, B. (1994). Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica.
Bion, W. (1976). Aprendiendo de la experiencia. Buenos Aires: Paidós.
Byung-Chul Han, B. (2012). La sociedad del cansancio. Friburgo: Herder.
Dettmer, O. (2021). Immune: A journey into the mysterious system that keeps you alive. Nueva York: Penguin Random House.
Freud, S. (1919). Lo ominoso. Obras completas. Buenos Aires: Amorrortu.
Geissman, C. y Houzec, D. (2000). Melanie Klein: La técnica psicoanalítica del juego. Madrid: Síntesis.
Klein, M. (1975). Envidia y gratitud y otros trabajos. Buenos Aires: Paidós.
Vives, J. (2013). La muerte y su pulsión: una perspectiva freudiana. Buenos Aires: Paidós.