La gentrificación ha adquirido un papel central en los debates urbanos de las últimas décadas, pues no solo modifica la imagen física de los barrios, sino que altera la vida social, cultural y política de quienes los habitan.

Entendida como un proceso complejo y estructural, la gentrificación, reorganiza el acceso al espacio urbano, define quién pertenece y determina quién puede decidir sobre el futuro del territorio.

Como señala Neil Smith (1996), no se trata de un fenómeno espontáneo, sino de un proyecto económico, político e ideológico impulsado por intereses privados y estatales, orientado a la reinversión del capital en zonas estratégicas de la ciudad.

Este fenómeno revela que la ciudad no es sólo un espacio físico, sino también un escenario donde se manifiestan relaciones de poder, conflictos sociales y disputas por el derecho a la vida urbana (Harvey, 2012).

Desde dicha perspectiva, la gentrificación pone en evidencia tensiones estructurales vinculadas al acceso a recursos económicos, culturales y simbólicos. La llegada de residentes con mayor poder adquisitivo transforma los usos de suelo, los valores inmobiliarios y los imaginarios colectivos del barrio, alterando tanto su apariencia como su historia.

Gentrificación y transformación social como procesos políticos

La gentrificación y la transformación social deben entenderse como dimensiones inseparables de un proceso político más amplio. En toda ciudad existe un conflicto permanente por decidir quién tiene derecho a ocupar el territorio y bajo qué condiciones. Mouffe (2007) sostiene que lo político está presente en todo orden social, pues es el espacio donde se disputa la legitimidad de las identidades, las prácticas y las formas de coexistencia.

Desde esta lectura, la gentrificación no es un efecto secundario del desarrollo urbano, sino un mecanismo que redistribuye poder. El aumento del valor del suelo, la reconfiguración de servicios y la sustitución de comercios tradicionales por establecimientos dirigidos a poblaciones de mayores ingresos revelan cómo ciertos grupos ganan presencia mientras otros pierden visibilidad o son desplazados. Así, la transformación social no ocurre al margen de la política, es política en sí misma.

En la Ciudad de México, las colonias Roma, Condesa o Juárez muestran son ejemplo de este proceso. Cafés gourmet, galerías conceptuales o bares de diseño han reemplazado comercios tradicionales, como tlapalerías, mercados, tortillerías y talleres. Estas nuevas dinámicas modifican la vida cotidiana, encarecen los servicios y debilitan la cohesión social previamente construida en torno a la historia del barrio.

Identidad barrial y desplazamiento cultural

Además del desplazamiento físico, la gentrificación y transformación social implican un desplazamiento cultural, donde ciertos estilos de vida, prácticas e identidades se tornan dominantes mientras otras se vuelven invisibles o marginales. Jacques Rancière (1996) denomina a este fenómeno “la distribución de lo sensible”; es decir, aquello que puede ser visto, escuchado, celebrado o permitido en el espacio urbano.

Zukin (cit. por Asunción, 2012) afirma que los barrios poseen un “alma social”: una memoria compartida construida por sus habitantes, sus rituales cotidianos, su historia y sus formas de habitar el territorio. Cuando la gentrificación desplaza a estas comunidades, también desplaza su identidad colectiva, afectando el sentido de pertenencia y la continuidad cultural del barrio. La transformación es, entonces, profunda e irreversible.

Consecuencias urbanas y desigualdad espacial

Lo que inicia como un proyecto de renovación urbana puede derivar en desigualdad espacial si no existen políticas sólidas de vivienda y protección social. Organización de las Naciones Unidas-Habitat (2020) advierte que la gentrificación, cuando ocurre en ausencia de regulación, se convierte en un mecanismo de segregación urbana que concentra oportunidades para algunos y vulnerabilidad para otros.

El incremento en los precios de la vivienda, la desaparición de redes comunitarias y la fragmentación del tejido social generan ambientes urbanos desiguales, donde el acceso a servicios, movilidad, cultura e identidad depende del poder adquisitivo. Esta desigualdad se profundiza cuando los gobiernos locales priorizan la inversión privada sobre el derecho colectivo a permanecer en la ciudad.

Hacia una mirada crítica del futuro urbano

En conclusión, la gentrificación y transformación social no pueden comprenderse como simples procesos de mejoramiento urbano. Representan una reconfiguración profunda del territorio y del tejido social, resultado de conflictos históricos por el acceso a la vivienda, la identidad, la participación política y el derecho a habitar la ciudad.

Como señala Harvey (2012), las ciudades son el espacio donde se disputa colectivamente quién decide el futuro urbano. Cuando un barrio cambia, cambia la historia de quienes pueden, o no, vivirla.

Cabe resaltar que este tipo de análisis es fundamental para quienes buscan comprender cómo se configuran las dinámicas sociales en los territorios urbanos.

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Para saber más

Asunción, M. (2012).  Naked City: la muerte y la vida de auténticos lugares urbanos. Estudio Previo. Lisboa: CEACT/UAL-Centro de Estudios de Arquitectura, Ciudad y Territorio de la Universidad Autónoma de Lisboa, 2012, 110-111.

Mouffe, C. (2007). En torno a lo político. México: Fondo de Cultura Económica.

Organización de las Naciones Unidas-Habitat (2020). World Cities Report: The Value of Sustainable Urbanization. United Nations.

Rancière, J. (1996). El desacuerdo: Política y filosofía. La Rioja: Nueva Visión.