Autor UIC

Escrito por: Mtro. José Luis Franco Barba
Instituto Intercontinental de Misionología
abril 20, 2020

Aunada a la situación drástica del Covid-19 que como humanidad estamos viviendo, se suman otras ya preexistentes como el hambre, la violencia y la pobreza, y se impone una reflexión sobre nuestra esperanza en tanto cristianos, o nuestras utopías a nivel secular, en tiempos en que parece que la angustia y la zozobra se les adelantan. Sin embargo, vale aclarar que la esperanza cristiana (y las utopías) despuntan en tiempos de crisis.

Cabe hacer notar que la esperanza y la utopía en un discurso no riguroso se pueden confundir y es porque ambas comparten algunos elementos humanos, de los cuales describiré muy brevemente algunos; pero, más allá de los parecidos, también aclararé algunas diferencias básicas en orden a mostrar lo específico de la esperanza cristiana que las utopías no pueden aportar.

  1. Distancia con el presente adverso. Ambas se caracterizan por la distancia entre lo real presente y la propuesta futura. En las dos lo real presente es sometido a crítica en confrontación con el futuro deseado, esperado. Ambas se desempeñan con una misma tensión básica entre la insatisfacción de lo presente y la expectativa de un futuro mejor. En la tradición bíblica los profetas son un buen ejemplo y en la historia secular, los grandes héroes de igual modo lo son.
  2. Origen similar. Del abismo del sufrimiento en Egipto nace la luz de la esperanza, por lo que en los momentos altos de esperanza en el Israel del Antiguo Testamento es cuando pesa sobre ellos el yugo violento de la dominación, del exilio, del abandono…

Asimismo, las utopías humanas despuntan en el mismo contexto de sufrimiento. Un pueblo satisfecho vive bajo la tentación de sofocar todo germen utópico, esperanzador y cuando, por el contrario, vive situaciones de pena y sufrimiento, brotan en su medio profetas de un futuro mejor, utopistas de nuevas realidades.

  1. Función dinamizadora. Tanto la utopía, como la esperanza mueven a las personas a actuar en la línea de la transformación. Las personas necesitan ideales, proyectos, sueños, ilusiones… que los muevan hacia una mejor realidad. De hecho, en el espacio secular de la historia la utopía conduce a las personas a actuar en la línea de la transformación. En ambientes religiosos de corte cristiano la esperanza ejerce esa misma función.
  2. Función trascendente. Todos los seres humanos esperamos algo más que la realidad que nos limita, sea por razones económicas, sociales, de salud, de anhelos… El ser humano, por más logros que tenga, siempre sigue esperando más justicia, igualdad, participación, fraternidad… Somos seres abiertos a algo más, por lo que esperar que ese algo más que satisfaga esos anhelos de manera definitiva (esperanza cristiana) sea llevado a su plenitud por Dios, no va en contra de la propia estructura humana que siempre está abierta a un más que esta realidad, especialmente cuando ésta le resulta adversa, como la situación en la que estamos inmersos. Esperar desde la creencia cristiana o desde las utopías humanas es algo propio del ser humano.

Sin embargo, más allá de que utopía y esperanza tienen cosas en común, también tienen sus diferencias, de las que sólo me ocuparé de un par.

  1. Relación con la trascendencia. La distancia más notable entre los dos discursos viene de su relación con la Trascendencia. La utopía busca encontrar su motivación última en los valores humanos, en la ética y en la conciencia humana. Responde a la conocida frase de “nada de lo humano me es ajeno”.

La esperanza cristiana puede dejarse motivar también por los valores humanos desde esa perspectiva, pero ella reconoce que tal motivación es intermedia, nunca definitiva: sólo adquiere en último término su valor de otra motivación: la trascendencia. Al cristiano lo mueve, finalmente, el amor, la promesa de Dios, la absoluta credibilidad en Dios.

Así, el fundamento de la utopía es la doble experiencia humana del sufrimiento y de la posibilidad creativa del hombre. Sólo el sufrimiento provocaría acomodación, resignación. Sólo la creatividad podría prolongar el presente en una simple línea de perfeccionamiento. Pero cuando esas dos experiencias se suman, nace la utopía. La esperanza, por su parte, tiene su origen en la revelación, en la promesa que Dios hace en la historia al pueblo de Israel y al nuevo pueblo a través de la persona de su Hijo Jesús. Por eso la relación que establecen la utopía y la esperanza con la realidad es diferente. La utopía tiene a la historia como última referencia. Su proyecto es pensado para ser realizado en los límites del tiempo. Quiere construir su proyecto (la ciudad futura) con el material de las acciones humanas. El humanismo cristiano sabe que las verdaderas construcciones humanas son mediaciones de la acción de Dios y que su plenitud es para después de la historia, porque nada en ésta es definitivo.

  1. Espiritualidad. La diferencia no estriba normalmente en que se hagan cosas diferentes, sino en el espíritu con que se hacen esas cosas y, en nuestro caso, es el espíritu-espiritualidad cristiana, que nos hace actuar desde la búsqueda de la voluntad de Dios, aquí y ahora, bajo la acción del Espíritu Santo, al modo del Hijo y ese “modito” de hacer las cosas, sólo el creyente, seguidor de Jesús, lo puede hacer, lo cual no nos hace superiores o inferiores, sino simplemente distintos en el servicio. Ese modo de servicio sólo los cristianos lo podemos hacer presente en la vida cotidiana, personal y social.

En resumen, la utopía tiende a desaparecer por ser una proyección de los deseos humanos. La esperanza permanecerá porque revela un modo definitivo de relacionarse con Dios. Los deseos humanos se modifican, se superan. La manera de relacionarse con Dios permanecerá abierta y sorprendente.

 

* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional