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Autor UIC

Escrito por: Ana Inés Fernández Ayala
Docente de la Licenciatura en Traducción, Localización e Interpretación
julio 15, 2020

Suele creerse que, para ser traductor, se necesita el conocimiento lingüístico de al menos dos lenguas: la propia y aquélla de la cual se va a traducir. Es cierto, saber lenguas es necesario para traducir, pero es una verdad demasiado obvia como para tomarla en cuenta. Es como decir que para correr se necesitan dos piernas: sí, pero no sólo eso. Para correr se necesita querer correr, y para traducir, lo mismo.

 Dicho de otra forma, saber lenguas no hace al traductor, así como tener piernas no hace al corredor. Y aquí dejo la analogía por el momento.

 El traductor ensancha el mundo

La voluntad de traducir es la voluntad de ensanchar la cultura propia, de agregarle algo que no tenía, de permitirle otras comprensiones del mundo. Entonces, de inicio, traducir es buscar textos ajenos (en esas otras lenguas que cada traductor debe conocer casi a la perfección) para traerlos a nuestra lengua y presentarlos —volverlos disponibles— al público local. La curiosidad primera del traductor es encontrar qué traducir que pudiera ser valioso en su cultura y que de otra forma no podría conocerse por las barreras lingüísticas.

Si un traductor no siente el aguijonazo de buscar textos para traducir, que es la misma curiosidad lectora llevada al extremo, tendrá que contentarse con las elecciones de otros para enriquecer su cultura. Su silencio dará más volumen a todas las demás voces de la cadena de producción cultural en el ámbito de las letras, y la suya quedará dedicada exclusivamente a la creación del texto —el encargo— en su lengua.

Esto no quiere decir que el traductor tenga la obligación de proponer textos (cosa que por demás es un proceso sumamente complejo). Simplemente quiere decir que puede hacerlo, y que esa posibilidad le permite influir en el panorama cultural de su lengua, de añadir algo a la gama de posibilidades, de ensanchar el mundo unos milímetros.

 Cultura general del traductor

Una vez elegido el texto que se va a traducir (y aquí ya no importa cuál de todas las voces posibles lo eligió), es la curiosidad del traductor la que le va a permitir hacerlo, es decir, sus conocimientos previos o ex profeso, que no son otra cosa que la voluntad de investigar y saber sobre un tema.

La cultura general es ese acervo personal de conocimientos variados que se va haciendo cada persona a lo largo de su vida leyendo, tomando clases, investigando, buscando datos y explicaciones, en fin, siendo o volviéndose curiosa; y para alguien que trabaja con lenguas y con textos —forzosamente insertos en culturas—, la utilidad de ese acervo no es el beneficio inmediato de contestar preguntas de Maratón, sino la comprensión de patrones y de procesos —lingüísticos y culturales—  a largo plazo.

Por ejemplo, se puede traducir la frase “un popurrí de canciones” del francés al español sin mayor problema, pues cada término es el equivalente exacto de la otra lengua (un pot-pourri de chansons). Pero si además el traductor investiga la etimología de pot-pourri, se enterará de que, en su sentido literal, se refiere a un guiso cuya traducción es, tal cual, “olla podrida”, y que curiosamente el término en francés es un calco del platillo del mismo nombre en español que consiste en un estofado de carnes y legumbres. Es decir, se dio un intercambio en dos sentidos: primero, los franceses calcaron el platillo del español al francés, y después, los españoles tomaron el sentido metafórico que adquirió el término y lo hispanizaron ya sin pasar por su término original, lo que resultó en “popurrí”, que en nuestra lengua ya no tiene ningún lazo etimológico evidente con la olla podrida, salvo si se busca en el diccionario [1].

El dato inmediato del enredo etimológico no sirve de nada para una traducción en específico, pero con él, el traductor se forma una idea más clara de cómo funcionan sus lenguas de trabajo y de las posibilidades de formación de términos, entre otras cosas. Es decir, la cultura general no es un conjunto de elementos distinguibles y separables; es una masa amorfa que sirve en bloque en cada decisión que tomamos.

La curiosidad del traductor

La curiosidad del traductor es la única forma de irse formando el acervo personal que en el futuro nos permitirá decidir más rápido, con más seguridad. Esa curiosidad sirve contra los falsos cognados meramente léxicos (algunos sencillos como que subir en francés no es “subir”, sino “sufrir”; que salir no es “salir”, sino “ensuciar”; y que mineurs quiere decir “menores”, pero también “mineros”), cuyo contexto difícilmente nos permitiría la confusión.

Pero, sobre todo, sirve contra los falsos cognados más bien culturales —si los lingüistas me permiten la expresión—, que muchas veces son lo que delata la falta de investigación —de curiosidad— de un traductor. Por ejemplo, si se traduce un texto sobre bienestar social del inglés estadounidense, aparecerá muy probablemente el concepto de social security (literalmente, “seguridad social”).

El traductor podría ni siquiera consultar fuentes para acertar con la traducción; sin embargo, el arte de traducir no radica en conocer equivalencias de diccionario —como dice Tomás Segovia—, sino en entender texto y contexto —como dicen Segovia, Steiner, y cualquier traductor que se precie de serlo—, pues si el traductor no entiende el texto que está traduciendo, tarde o temprano acabará demostrando, con algún desliz, que no se enteró de que social security en Estados Unidos se refiere estrictamente al régimen de pensiones para adultos mayores y no al término mucho más amplio de seguridad social que entendemos en México y otras partes del mundo, del que las pensiones son sólo un elemento constitutivo.

Esa curiosidad de búsqueda, a la que bien podríamos llamar el proceso de formación de la cultura general, es una característica esencial de cualquier traductor profesional o en formación, pues cada búsqueda estará alimentando su cultura general, tan indispensable para traducir como saber lenguas.

El riesgo de no investigar

Siguiendo con el ejemplo de la seguridad social, un experto en la materia notará la falta de investigación si en nuestro texto en español nunca mencionamos ni las pensiones ni a los adultos mayores, y aunque no le falte información para entender el contenido, el texto traducido le parecerá impreciso o mediocre —y como traductores estaremos alimentando el prejuicio de que es mejor leer textos originales si se conoce la lengua—.

En el otro extremo, si nuestro lector no sabe nada sobre el régimen de pensiones en Estados Unidos ni está familiarizado con la terminología, si nuestro texto es su primer acercamiento al tema, le estaremos ocultando información al no darle aunque sea algún indicio de las diferencias culturales, y no calificará el texto de impreciso o mediocre, pues aún no tiene elementos para hacerlo, pero el traductor quedará en deuda —quizá tácita, quizá insalvable— con él y con el texto original.

 Fines colectivos

Podríamos decir que un traductor en realidad no sabe para quién traduce, porque es imposible predecir en manos de quién caerá cada texto. Y aunque podamos tener suposiciones bastante precisas de qué tipo de público leerá un texto, a los traductores nos convendría pensar que las posibilidades son infinitas para obligarnos a satisfacer a expertos y a legos: la mejor forma de traducir no es pensar en un tipo de público y acotar a él nuestra investigación, sino plasmar en el texto una curiosidad que abarque las curiosidades de todo tipo de público, es decir, una curiosidad total que pueda intuirse en el texto (y aquí entraría también en juego la curiosidad del lector, por supuesto).

La curiosidad es una cualidad esencial del traductor para poder generar textos coherentes, minuciosos, bien sustentados, y ponerlos a disposición de una comunidad lectora. Pues si algo caracteriza al oficio es que no puede hacerse en beneficio propio: su intención es siempre difundir el resultado. A diferencia de un corredor que corre para superarse a sí mismo o imponerse metas personales, la traducción nunca es un logro personal, sino uno colectivo.

 Para saber más

Licenciatura en Traducción, Localización e Interpretación, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/licenciaturas/traduccion-localizacion-interpretacion/

Karemm Danel, «El papel del traductor en la traducción automática», Bitácora UIC, julio 13 de 2020. Disponible en https://www.uic.mx/el-papel-del-traductor-y-la-traduccion-automatica/

Sarahi Fuster, «El mundo laboral a través de los idiomas», Bitácora UIC, junio 8 de 2020. Disponible en https://www.uic.mx/el-mundo-laboral-a-traves-de-los-idiomas/

[1] Véase el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, s. v. olla.



* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional

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