Ciencias Sociales
Autor UIC

Escrito por: Ana Gabriela Vázquez Carpizo

diciembre 9, 2019

Muerte: proceso y destino. Proceso, cuando al hermanarse con la vida, nos ofrece la oportunidad de morir y renacer simbólicamente todos los días para convertirnos en mejores personas, y destino, cuando se nos muestra como la etapa “final” de nuestra existencia, siempre inevitable e “irrespetuosa” de edades, género y procedencia.

Temida como contraparte natural de la vida y, sin embargo, invocada por medio de sacrificios, guerras, homicidios y la agresión constante al medio ambiente, la percepción de la muerte se ha convertido en un constructo cultural que nos acompaña todo el tiempo; unas veces asimilada con resignación, pero casi siempre inesperada como una experiencia de pérdida que nos llena de incertidumbre.

«—Perdone, ¿qué horas son?

—Las 11.

—¡Dichoso usted que sabe la hora en la que va a morir!».

Esta frase siniestra forma parte de una de las tantas leyendas de las calles de México que nos ilustra la riqueza cultural de nuestra herencia doble sobre la muerte; la prehispánica a través de la dulzura en las ofrendas preparadas para nuestros difuntos, y la novohispana, mediante el catolicismo, en la que la ésta representa un premio o un castigo según el concepto de bien o mal presente en nuestras acciones pasadas.

La citada leyenda del siglo XVII narra la historia de don Juan Manuel de Solórzano, un acaudalado caballero que gozaba de la amistad y la confianza del virrey don Lope Díaz de Armendáriz, quien lo invitó a colaborar con él en las tareas hacendarias de la Nueva España.

Abrumado por la enorme carga de trabajo, don Juan Manuel hizo traer a su apuesto sobrino para que lo ayudara con las labores asignadas que, según él, no le permitían pasar más tiempo al lado de su joven esposa, con quien, hasta ese momento, no había logrado tener hijos.

Desgraciadamente, la visita de su sobrino resultó contraproducente, haciendo a don Juan Manuel presa de unos terribles celos al dudar de la fidelidad de su esposa con su pariente.

Atormentado ante semejante posibilidad, nuestro personaje invocó al mismísimo Diablo para pactar con él y pedirle que le ayudara a comprobar si sus sospechas tenían fundamento.

La historia cuenta que el Diablo aceptó y “le aconsejó” que saliera todas las noches a las 11 y que matara al primero que se encontrara; entonces, él se le aparecería para “revelarle” si el hombre muerto era o no el culpable de su “deshonra”.

Don Juan Manuel obedeció al pie de la letra esta orden saliendo a la hora indicada, diciendo la frase al primer transeúnte que se le presentara y apuñalándolo sin piedad alguna, aprovechando la obscuridad de la noche.

La frecuencia de los asesinatos siempre en la misma calle preocupó a las autoridades, quienes decidieron tomar cartas en el asunto y vigilar la zona.

Sin dar con el asesino, lo único que lograron fue entregarle a don Juan Manuel el cadáver de su propio sobrino.

Horrorizado ante el hecho y tremendamente arrepentido, el caballero fue a confesar su pecado, recibiendo la penitencia de rezar, durante tres noches seguidas al pie de la horca pública, un rosario por cada inocente asesinado y con ello librarse, también, de la influencia demoniaca que lo acosaba.

Durante el último día de oración, don Juan Manuel fue víctima de una alucinación terrible: una procesión de fantasmas con cirios encendidos se exhibía ante él, llevando su propio cadáver.

Lleno de terror, acudió con el sacerdote para contarle sobre esta visión, quien le recomendó rezar una noche más, pero ahora con mayor fervor, un consejo que don Juan Manuel siguió sin reparo.

Sin embargo, ya era tarde, pues éste amaneció ahorcado sin que nadie pudiera dar cuenta del responsable de semejante venganza. Más tarde, el pueblo “coronaría” la historia, explicando que habían sido los “ángeles” quienes se habían ocupado de proporcionar el “perdón celestial” hacia el alma del “buen caballero”.

Más allá de la leyenda envestida de lo sobrenatural y de misterio, se trata de la historia de un asesino en serie, que el pasmo y la hipocresía de la gente no pudo tolerar , por lo que buscó una razón para justificar tal atrocidad como un acontecimiento provocado por un ser del inframundo, rechazando, a toda costa, la culpabilidad de un ser humano cegado por pensamientos enfermos y desquiciados.

Actualmente, el recordatorio de la muerte como destino certero nos acompaña todos los días, pero no como el devenir natural de la vida, sino como una amenaza constante a través de la violencia que gobierna a nuestro país.

Cuarenta y tres, uno, cien o veinte; mujeres, niños, ancianos, jóvenes estudiantes, normalistas; sin importar la cantidad, la edad ni el género, la cuestión es que todos los días despertamos angustiados al enterarnos del hallazgo de cuerpos sin vida, en condiciones por demás indignas, y que, como números, sólo se suman a estadísticas absurdas que no resuelven nada.

La muerte y la vida reclaman su presencia natural, pues muertos estaremos todos algún día, pero nuestros violados, desaparecidos y asesinados demandan un alto a la impunidad con medidas de razón, humanidad y justicia antes de que se conviertan en meras leyendas y “casos perdidos” a los que el tiempo jamás dará respuesta.

Para saber más

Licenciatura en Diseño Gráfico, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/licenciaturas/diseno-grafico/

Licenciatura en Filosofía, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/licenciaturas/filosofia/

Maestría en Filosofía y Crítica de la Cultura, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/posgrados/cultura-desarrollo-humano/maestria-filosofia-critica-la-cultura/



* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional

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