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Escrito por: Dulce María Quiroz Bustamante

diciembre 21, 2020

La intención de escribir sobre el texto Glas y su traducción, hecha por Cristina de Peretti y Luis Ferrero, surgió en primer término ante comentarios acerca de la dificultad, o imposibilidad, de traducir un texto tan complejo. Es conocida la oscuridad del texto.

A fin de cuentas, la creación de una obra con una estructura talmúdica, en la que una columna se refiere a Hegel y otra columna a Jean Genet, resulta obligatoriamente complicado. Libro de restos, un libro sobre el que se ha escrito poco y que se convierte en un canto fúnebre de sus propios restos. No está demás exponer algunas ideas de Derrida sobre la traducción.

Preguntarse por el original y su reescritura y posible desconstrucción no es una tarea tan ociosa como pudiera parecer.

Reflexión sobre la traducción

De acuerdo con Derrida, la escritura como fármakon constituye un desvío. Es aquello que hace salir a Sócrates de la ciudad, otorgándole una condición de extrañeza. Los libros lo desplazan. En “La farmacia de Platón”, el filósofo escribe: “las hojas de escritura obran como un fármacon que empuja o atrae fuera de la ciudad al que no quiso nunca salir de ella, ni siquiera en el último momento, para escapar de la cicuta. Le hacen salir de sí y le arrastran a un camino que es propiamente éxodo” (1975: 102).

Derrida introduce, entonces, una interesante reflexión sobre la traducción al mencionar los distintos valores de la palabra fármakon: la misma palabra se traduce como veneno, remedio, filtro, droga. La unidad del concepto se ha dispersado, a causa, tal vez, del empirismo de los traductores; pero, también por la dificultad de la traducción misma.

En el mismo texto, el autor apunta: “Se verá también hasta qué punto la unidad plástica de ese concepto, su regla más bien y la extraña lógica que le vincula a su significante, han sido dispersadas, enmascaradas, tachadas, ocultadas con una relativa ilegibilidad o por la imprudencia o el empirismo de los traductores, sí, pero en primer lugar por la temible e irreductible dificultad de la traducción” (1975: 105).

Ante dicha dificultad, habría que preguntarse si la tarea del traductor está asociada a una manía, en el sentido de que la tarea del traductor no procede de un saber científico, sino de la articulación a partir del desvío: “a la verdadera medicina, basada en la ciencia, son en efecto opuestos, de un plumazo, la práctica empírica, la operación según recetas aprendidas de memoria, el conocimiento libresco y el uso ciego de las drogas. Todo eso, se nos dice, es manía” (1975: 106).

La traducción podría ser operación mágica que funciona conforme a la memoria, al desvío, y no conforma a las leyes de la ciencia. Al poner en marcha las leyes de lo mágico, se convertiría en manía.

Si intentamos fijar un texto originalmente escrito en una lengua extranjera, habrá que reconstruirlo; no obstante, tal vez elegir una palabra entre otras se relacione con la búsqueda de un remedio ante la enfermedad de la imposibilidad de acceder a la lengua desconocida del texto. La traducción sería un veneno y, también, un remedio.

En este sentido, resulta oportuno extraer las reflexiones de Derrida sobre el mito de la torre de Babel; el nombre de la torre, para el filósofo, no sólo designaría la confusión como concepto, sino a Dios mismo como confusión. Confusión y multiplicación, Babel significa errancia y deconstrucción:

“La ‘tour de Babel’ ne figure pas seulement la multiplicité irréductible des langues, elle exhibe un inachèvement, l’impossibilité de compléter, de totaliser, de saturer, d’achever quelque chose qui serait de l’ordre de l’édification, de la construction architecturale, du système et de l’architectonique. Ce que la multiplicité des idiomes vient limiter, ce n’est pas seulement une traduction ‘vraie’, une entr’expression transparente et adéquate, c’est aussi un ordre structural, une cohérence du constructum. Il y a là (traduisons) comme une limite interne à la formalisation, une incomplétude de la constucture. Il serait facile et jusqu’à un certain point justifié d’y voir la traduction d’un système en déconstruction” (Derrida: 1985).

La torre de Babel, según el autor, exhibe algo inacabado, la imposibilidad de completar aquello que sería del orden de la edificación. En este sentido, se justifica la traducción como un sistema de desconstrucción.

Es importante remitirnos a Benjamin y señalar que la traducción no se basa en un sistema de equivalencia entre las lenguas. Hay, sin duda, analogías; no obstante, la traducción no se reduce a una copia. El texto traducido ya no depende del original. En cierta forma, es otro texto: “la traducción está tan lejos de ser la ecuación inflexible de dos idiomas muertos que, cualquiera que sea la forma adoptada, ha de experimentar de manera especial la maduración de la palabra extranjera, siguiendo los dolores del alumbramiento de la propia lengua” (1968: 114-115), escribe el autor.

Derrida, por su parte, escribe en Des tours de Babel un texto que funciona como exégesis de “La tarea del traductor”. Derrida parte del nombre Babel para encontrar los orígenes de la confusión en el concepto y en la práctica de la traducción.

Desde el texto bíblico, Derrida establece la confusión, y la traducción dentro de la traducción. El “Génesis” refiere que, para construir la torre, los descendientes de Noé hicieron piedras con los ladrillos y cemento con el betún.

En esa especie de transposición, de tránsito entre un nombre y otro, Derrida encuentra el meollo de la confusión. Los descendientes de Noé desean construir una ciudad y una torre. Construir una torre y mantenerse unidos bajo el manto de una lengua única encuentra en el nombre Babel la designación simultánea de la torre y del padre, de Dios mismo.

“D’abord: dans quelle langue la tour de Babel fut-elle construite et déconstruite? Dans une langue à l’intérieur de laquelle le nom propre de Babel pouvait aussi, par confusion, être traduit par ‘confusion’. Le nom propre Babel, en tant que nom propre, devrait rester intraduisible mais, par une sorte de confusion associative qu’une seule langue rendait possible, on put croire le traduire, dans cette langue même, par un nom commun signifiant ce que nous traduisons par confusion” (Derrida: 1985).

Volviendo a «La farmacia de Platón», la traducción como “fármakon”: veneno y remedio, es asociada por Derrida a la figura de Zot, en tanto este dios opone a u otro y a sí mismo. La escritura aparece como fármakon de la memoria en el mito de Zot; sin embargo, el logos, el padre, la rechaza.

El padre es autosuficiente y no necesita el remedio de la memoria escritural. El logos hijo que recurre a la escritura porque ha quedado huérfano. En esa ambivalencia, es posible preguntar también si la traducción es una herramienta de preservación de la memoria o es un veneno que desvía el sentido e impide la clausura del sentido. Derrida escribe, en relación con el logos huérfano:

“El estatuto de ese huérfano que ninguna asistencia puede tomar a su cargo recubre el de un grafein que, no siendo hijo de nadie en el momento mismo en que llega a la inscripción, apenas sigue siendo hijo y ya no reconoce sus orígenes: en el sentido del derecho y del deber. A diferencia del a escritura, el logos vivo es vivo por tener un padre vivo (en tanto que el huérfano se encuentra medio muerto), un padre que está presente, en pie junto a él, tras él, en él, sosteniéndole con rectitud, asistiéndole personalmente y en su propio nombre. El logos vivo reconoce su deuda, vive de ese reconocimiento y se prohíbe, cree poder prohibirse, el parricidio” (1975: 114).

La traducción es producto del parricidio

La traducción permite identificar un logos engendrado y la autoridad del padre, el rey, aquel quien dicta el sentido original. No obstante, al recurrir a la escritura, al grafein, la traducción se convierte el logos muerto. El padre ya no está. La traducción es producto del parricidio, aunque sigue habiendo una subordinación al padre y, sobre todo, una nostalgia de esa subordinación, la añoranza del padre detrás del logos hijo dictando el sentido de las palabras.

El desconocimiento de la autoridad del padre marcaría una oposición radical entre el hijo y el padre y, si se desconoce el origen, una orfandad del logos engendrado.

La ausencia del padre explicaría así la necesidad de recurrir a la figuración. La traducción es una tarea tautológica en la que las metáforas se designan a sí mismas. Es un intento de suplir la falta, lo que falta y, en este sentido, la traducción es inseparable de una condición de extranjería.

El extrañamiento

En Glas hay un extrañamiento que proviene desde la lengua francesa. Es preciso preguntarse si la traducción conserva el extrañamiento a pesar de su fidelidad al texto original. Es posible que la resonancia para un hablante nativo de lengua francesa sea distinta que los ecos que escuchamos los hispanohablantes al leer la traducción.

La extrañeza no está en el terreno de la manera de descodificar el léxico; radica, posiblemente, en que la traducción hace accesible lo que en francés se vuelve indecible. La traducción, al hacer posible la resonancia de un término, nos hace olvidar por un momento la extrañeza. La primera problemática está en el título.

La palabra glas nos remite al tañido fúnebre de las campanas. En la traducción tenemos el título clamor. El clamor también nos remite a un repique fúnebre; no obstante, nos remite también a un grito, a un grito vehemente. En este caso, el título puede hacernos vacilar ante la polisemia del término. La pregunta es hasta qué punto el título se refiere al tono fúnebre de la obra.

Tal vez el texto clamor nos lleva más a la idea de una caja de resonancia. En cierta forma, la composición en doble columna del texto hace oír dos voces, la de Hegel y la de Jean Genet. No deja de ser una compleja red, tanto semántica, como sonora, que teje el sentido de la escritura. El texto, en todo caso, se explica más allá de la división en dos columnas.

El texto parte de una indeterminación, se trata de la referencia al texto de Genet titulado Ce qui est resté d’un Rembrandt déchiré en petits carrés bien réguliers, et foutu aux chiottes. Éste es un texto que Genet escribió y destruyó después de la muerte de su compañero Abdallah Bentaga, que fue rescatado y reeditado con el título Rembrandt.

La referencia a dicho título es constante a lo largo de Glas. La lectura de este intertexto es extraña para el lector que no conoce la fuente. Hay un sentido de los restos, residuos que permanecen y que conllevan un sentido de destrucción. La obra, en todo caso, conserva un sentido de algo inacabado que en la traducción se tendría que conservar.

Ahora bien, en Glas, Derrida escribe a propósito de la duplicidad de su escritura: “Pourquoi faire passer un couteau entre deux textes? Pourquoi, du moins, écrire deux textes à la fois? Quelle scène joue-t-on? Que desire-t-on? Autrement dit, de quoi a-t-on peur? qui? de qui? On veut rendre l’écriture imprenable, bien sûr. Quand vous avez la tête ici, on vous rappelle que la loi du texte est dans l’autre, en ainsi à n’en plus finir. A engrosser la marge —plus de marge, plus de cadre— on l’annule, on brouille la ligne, on vous reprend la règle droite qui vous permettrait de délimiter, découper, dominer”  (1974:76).

Unas líneas después, el filósofo apunta en el mismo texto: “Si j’écris deux textes à la fois, vous ne pourrez pas me châtrer. Si je délinéarise, j’érige. Mais en même temps, je divise mon acte et mon désir. Je -marque la division et vous échappant toujours, je simule sans cesse et ne jouis nulle part. Je me châtre moi-même —je me reste ainsi— et je ‘joue à jouir’” (1974 : 77).

¿Cómo traducir un texto que parece dividirse, pero que a la vez rebasa los márgenes, que sale de sí mismo para encontrar resonancias en otros textos y voces? Si el texto original apunta al infinito y a la vez a su destrucción, ¿cómo funciona la traducción?, ¿tendría que tener los mismos horizontes? En este punto, si un intertexto altera la identidad primera del texto, ¿qué pasa al momento de traducir todo ese corpus, alterado ya una primera vez?

Es importante tomar en cuenta las dimensiones de la intertextualidad. La presencia de un texto en otro no se limita a un problema de identificación de fuentes. El uso de intertextos revela siempre una complejidad mayor.

La intertextualidad implica un acto de montaje y de reescritura; sin duda, hay una alteración de la identidad del texto que incorpora una voz ajena. La configuración de dicho texto es definitivamente otra.

A propósito de este tejido que pone en juego la identidad, Gérard Genette se pregunta: “peut-on, inversement, modifier le sens d’un texte sans modifier sa lettre et, par exemple, sans toucher à son action? Peut-on concevoir une transformation purement sémantique, qui ne s’accompagne d’aucune intervention pragmatique, diégétique, ni même formelle?” (Genette: 1982, 449).

El gran reto de la traducción radica en instalar el lenguaje, como figura, más allá de la confusión que proviene de la naturaleza del lenguaje y su relación con la realidad. Interesante texto de construcción intertextual donde el texto primero, el original, parte ya de una traducción, la que Derrida hace de los textos de Hegel y de Genet.

La traducción se plantearía, entonces, como un extremo del lenguaje que puede ser capaz de convertir lo diferente en igual, lo igual en su otredad. Es así espacio de diferencias y errancias.

Para finalizar, me interesa regresar a «La farmacia de Platón» y a la idea de que la escritura es la no presencia. En ese caso, ¿qué sería la escritura de una traducción? ¿La confirmación de un no-lugar? ¿La confirmación del lenguaje como fantasmagoría?

 

Para saber más

Licenciatura en Traducción, Localización e Interpretación, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/licenciaturas/division-ciencias-sociales/traduccion-localizacion-interpretacion/

Diplomado en Traducción Especializada, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/traduccion/diplomado-en-traduccion-especializada-e-interpretacion-profesional/

Lenguas Extranjeras, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/lenguas-extranjeras/

Liliana Hernández, Dónde trabajar: traducción, localización e interpretación, Universidad Intercontinental. Disponible en https://www.uic.mx/traduccion-localizacion-interpretacion/

Benjamin, Walter, “La tarea del traductor”, Ensayos escogidos. Tr. H. A. Murena. Buenos Aires: El cuenco de Plata, 1968.

Borges, Jorge Luis, “Pierre Menard, autor del Quijote”, Obras Completas I. Buenos Aires: Emecé, 1996.

Derrida, Jaques, “La farmacia de platón”, La diseminación. Madrid: Fundamentos, 1975.

______ Des tours de Babel. 1985http://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/frances/tours_babel.htm

De Man, Paul, La ideología estética. Tr. Manuel Asensi y Mabel Richart. Madrid: Cátedra, 1998.

 



* Las opiniones vertidas en las notas son responsabilidad de los autores y no reflejan una postura institucional

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